jueves, 2 de julio de 2009

Espinosa Carlos



LA FELICIDAD DEL PROFESOR

(Estoy entre estantes repletos de libros.
Miro y desprecio esos libros, por ellos y por todo. Ahora voy a contar)


Lo condecoraron con la Gran Orden del Valor Intelectual. El Presidente de la República le prendió en su traje azul la medalla de oro. Después la Universidad lo doctoró honoris causa. Se le otorgó, con sueldo vitalicio, una Super Asesoría Científica. Todo eso en el reducido lapso de dos semanas, como consecuencia de su notable descubrimiento acerca de la voluntad biológica de los micro-organismos. (Una teoría sumamente difícil de explicar para un profano como yo).
El destacado profesor, la eminencia, el doctor Unmöglich, recibió todos los honores con la misma sonrisa practicada durante los sesenta años de su vida ante cada acontecimiento para todos importante. Es decir: importante para el mundo ajeno, para el mundo de los demás. Pues el profesor lograba una metódica concentración en sus asuntos, para evitar el malgasto de tiempo en cuestiones de escaso valor, tales como el personalismo y la vanidad.
Cuando, al final de la cena en homenaje organizada por la Academia Nacional de Ciencias, le pidieron que manifestara algunos pensamientos miró al público, meditó y dijo “...ahora que he logrado una conquista científica de gran valor para la humanidad, ahora que he justificado ante el mundo mis muchos años de estudio, ahora que al fin se me asegura la subsistencia con una renta mensual, ahora quiero anunciarles que habré de dedicarme a una investigación cuyo éxito habrá de beneficiarme en forma casi exclusiva, y quizás tal vez pueda ser -en tiempos mediatos- de gran utilidad universal...”.
Agregó algunos reducidos agradecimientos y terminó su discurso. Lo aplaudieron entusiastas. Y esa misma noche comenzó la incógnita de las actividades del profesor Unmöglich.
Pocas semanas después de los cumplidos desapareció de sus paraderos habituales. Un mes luego se supo que estaba instalado en una cabaña, en la zona montañosa del país. Los comentaristas de trasnoche lanzaron su primera conjetura: está investigando los fenómenos de la flora boscosa.
Un grupo de alumnos universitarios, periodistas impertinentes y turistas curiosos, llegó hasta el refugio del profesor. Lo encontraron ocupado en la persecución de las hormigas que hostigaban las dalias de su jardín. El científico los invitó con un te muy liviano y los despidió sin abundar en justificaciones sobre sus trabajos intelectuales.
Durante un año completo la opinión pública se alimentó de asuntos sensacionales: la destitución de un presidente, el adulterio de un ministro, el incendio de un gran teatro, la inauguración de un puente colosal sobre un río seco. Solamente en círculos reducidos algunos hombres calvos se preguntaban: ¿qué estará haciendo el gran profesor?.
Uno de sus discípulos lo visitó en setiembre. Unmöglich recortaba los ligustros con un sombrero de paja tapándole la frente. La conversación, a la sombra de unos cipreses, fue ligera y mezclada entre temas serios y banales. El visitante intentó ingresar al estudio de su antiguo maestro, con el objeto de espiar carpetas y manuscritos, pero el profesor sonrió suavemente mientras le advertía: “está con llave”. Fue un incidente luego comentado en la capital, como prueba de la gran importancia y reserva de los estudios de la eminencia.
Llegó el verano. Pasó el otoño. Aumentaron las versiones. Se mencionaba una eficaz cura para la esquizofrenia y allí estaba Unmöglich; el décimo tercer presidente de la Segunda República Libre anunciaba grandes medidas con un nuevo Primer Ministro y allí estaba Unmöglich; se discutía la factibilidad de transformar los valles selváticos indómitos en pacíficos desiertos roquíferos y allí estaba Unmöglich; un estadista de orden internacional invocaba el apoyo a una suprema personalidad con capacidad suficiente para detener el comienzo de la octava guerra mundial y allí estaba Unmöglich; porque el gran profesor era la esperanza de todas las grandes soluciones. El mito de la sabiduría.
Ya habían pasado dos años intensos desde su última aparición en los ambientes intelectuales capitalinos.

(En este punto mi relato comienza con lo que verdaderamente deseo contar)
.
Interesado por el mundo oculto del profesor Emmanuel Unmöglich, preocupado incluso por tantas tonterías escuchadas en diversas fuentes, armé mis reducidos pertrechos y marché hacia las montañas de Véritas.
Cuando estuve frente al admirado prócer de las ciencias le ofrecí mis servicios vitalicios en carácter de asistente. El doctor, ya anciano –pienso en sus cabellos blancos pero más en sus ojos cansados-, agradeció mi compañía con silencio, con amistad; aunque argumentando que mi asistencia le era casi innecesaria.
Desde ese día me ocupé de prepararle el te a las seis de la tarde y ayudarlo en todas las tareas domésticas que era necesario realizar.
El profesor se levantaba a las cinco de la mañana. Caminando entre el dormitorio y el patio de los cerezos transcurría hasta las siete. Preparaba una cuidada mezcla de polvos para abonar las plantas. Luego de ese trabajo elegía un rincón donde permanecer sentado hasta el momento de cosechar hortalizas y frutos para el almuerzo. Tenía un surtido huerto. Cocinaba excelentes guisos. Pulía prolijamente las ollas de cobre y después de comer se preocupaba por lavar su ropa. Entre las tres y las cinco de la tarde dormía. A poco de levantarse de la cama realizaba su meditación vespertina –muy pocas veces en el escritorio, otras en el pórtico de la casa- y durante ese tiempo yo lo observaba desde lejos. Mi querido profesor, con los ojos entrecerrados, sonreía y suspiraba.

(Los lectores de mi testimonio sabrán comprender que yo no pueda dar más referencias sobre aquellos momentos. La historia necesita de mi discreción. La intimidad de los últimos días de Unmöglich debe ser respetada).

Finalmente, cuando terminaba una primavera, unos pocos hombres importantes que todavía no olvidaban al sobresaliente sabio, a pesar de los diez años transcurridos desde el inicio de su ostracismo, vinieron aquí, para verlo y escucharlo.
El profesor Unmöglich tardó en reconocerlos. Creo que se hizo una especie de concesión para poder identificarlos plenamente, uno por uno. Luego de intercambiar saludos les anunció: “..lo he logrado, he alcanzado mi plena felicidad, y puedo compartir mi plenitud con quien lo desee...”.
Los intelectuales calvos se inquietaron ante la perspectiva de una gran revelación. En esos pocos segundos de suspenso habrán imaginado fantásticas soluciones para los males todos de las siete dimensiones del Universo.
La eminencia sonreía tímidamente cuando les confió “...durante estos años, que ni cuenta llevo, logré lo más importante de mi vida. Aquello que me pareció imposible en determinado momento, y precisamente por inalcanzable aún más codiciado. Logré superar a mi memoria. Logré el olvido. Así, tan simplemente, he olvidado los sistemas métricos, los números telefónicos, las citas bibliográficas, los horarios de trenes, la cronología de los treinta grandes descubrimientos espaciales. o tal vez sean treinta y cinco, las operaciones fundamentales, los cinco o seis días de la semana, el sermón de la montaña, los segundos y terceros nombres de mis padres y abuelos, la hora de los días, los pecados capitales, los países de oriente, los lunares de mi espalda... Por fin, olvidé esto, aquello... Me olvidé de leer y escribir. Soy analfabeto, casi ignorante, feliz... yo soy, ahora un hombre”.
Los visitantes rieron. Festejaron las palabras que interpretaban como una humorada. Y después del consabido te liviano se marcharon comentando, en voz baja y quebrada por una despiadada compasión, que el gran profesor estaba un poco viejo y distanciado de la realidad.
Ese grado enorme de incredulidad de quienes tienen la responsabilidad de pensar en grande la historia de mi país hizo que ninguna de aquellas personalidades tomara en serio al anciano sabio.

(Unmöglich murió unas pocas semanas después. He seguido sus enseñanzas. Este documento, que por pura providencia guardaré ahora en el interior de algún libro de esta abominable biblioteca, será lo último que escriba y haya leido en mi vida. Así lo prometo por el tiempo de los tiempos.)




A mi padre.
C.E. 5.9.75



Carlos ESPINOSA, 58 años, periodista (en agencia Télam, corresponsalíaViedma), cronista y recopilador de historias de la vida cotidiana de laregión de Carmen de Patagones y Viedma (y del norte de la Patagonia, engeneral), escritor de prosas varias: cuento y una novela en proceso;productor del ciclo cultural "Una noche de miércoles en el Bar Plaza" (deViedma).Dos libros de crónicas; "Perfiles y Postales, crónicas de la historiachica de Viedma y Patagones", 2005 (agotado); "Por los pasos en la vereda,crónicas en primera persona de la vida cotidiana en Viedma y Patagones",2007.Realizador del programa radial "Perfiles y Postales", lunes a viernes,8,30 a 9, radio Nativa, Viedma (www.appnoticias.com.ar para escuchar online); columnista del diario Noticias de la Costa, de Viedma, todos los domingos, sección "Perfiles y Postales" (www.noticiasnet.com.ar) Blogs personales
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Sobre mis autores leidos, con infuencias
Roberto Arlt; Julio Cortazar; Ernest Hemingway; John Berger; John Cheever,Joseph Mitchell; Martín Caparrós, etc.
cinco escritores patagónicos (para recomendar, además de todos os que están en tu lista)
Ana Grandoso ; Claudio Garcia; Jose Juan Sanchez; Marylena Cambarieri; María Inés Cantera

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