domingo, 5 de julio de 2009
Póstumos- Irma Cuña
El cuenta
gota a gota
su muchedumbre de fantasmas,
y ha repudiado mis manos.
Solamente un día
confundió la voz con un espejo.
su respuesta fue una ola de arena.
Aún está secando mi piel
y deslumbrando de sílice mi pelo.
(Del libro El Extraño)
Y OTRA
Es sábado. Atardece.
Abrirás una puerta,
Encenderé la lámpara;
empezarán a tintinear los vasos
y a invadirnos Vivaldi.
Pero has muerto
Relaciones I
Entro en la maraña
a machetazos.
Orquídeas y helechos
no duran nada.
Demasiado instrumento.
Relaciones II
Entro en el bosque
de puntitas.
Tropiezo, voy de bruces.
Poco instrumento.
PRODIGA
Volví a la luz extensa del verano
y al viento circular de las esquina.
Neuquén es un cristal,
un cuarzo sepia.
Pueblo desconocido
donde inventé el espejo de una historia
y la poblé de cascos en el aire.
(en aquel aire ululador y tenso).
Un aire tangible
que mas parece un agua, una corriente,
un surtidor horizontal
-un brazo-
que el natural camino de la cara.
Y otra vez ese polvo amarillento
y esas piedras hundidas
Entre pelos de pastos requemados.
Patria de negación: sin
verdes,
rojos,
alas,
concavidades.
Sólo este movimiento del planeta
espiral o de flecha,
bamboleo.
Fui a buscarte quetzales,
mariposas,
enormes colas de serpientes vivas,
venados tímidos,
turquesas,
y me has devuelto el filo del silencio
y el ardor de la arena
para siempre.
1965. Regreso de México
Casi una niña,
el collar de claros corales a la espalda,
huyes vestida de gasa, de lila, de rosa.
Llevas los ojos en los pies que no alcanzo,
los ojos en las manos escondidas,
los ojos en la cara sin huésped.
Dejas una espuma
ahilada
de trigo,
una confusión de lino
en tanto aire,
la copa de amapolas desvaídas,
el mundo de polen en vuelo.
Reclinada en la ausencia del agua,
segura entre rocas invisibles,
la almohada de sílex te espera como una concha áspera.
La niña-flor va por el aire
entre los dedos lisos de las ramas,
sin tocar el hilván de la luz,
separada,
mujer de muro mielado,
olvidada del sol,
mariposa confusa,
caléndula,
uva moscatel que el otoño mueve.
Irma Cuña, El riesgo del olvido, Neuquén, Ediciones Culturales de la Ciudad, 1992, p. 123.
Irma Cuña nació en Neuquén el 2 de septiembre de 1932 y murió en la misma ciudad el 16 de mayo de 2004. Esto significa que vivió setenta y un años, ocho meses y algunos días bajo el signo de Virgo y regida por Saturno, que le otorgó el privilegio de conocer las profundidades más oscuras del pensamiento y de la experiencia vital. Como les sucede a otras escritoras y a otros escritores, en Irma Cuña vivían muchas Irmas. Por ejemplo, y aunque todavía no se ha reconocido públicamente su talento en este sentido, una de ellas era una maravillosa lectora de cartas natales y de destinos escritos en las palmas de las manos.
Un relato de su vida dice que, pasadas la niñez y la adolescencia en Neuquén, Irma Cuña comenzó un periplo que la llevó por unos años a Bahía Blanca, donde estudió en la Universidad Nacional del Sur. Allí se graduó como profesora en Letras y comenzó el influjo que Ezequiel Martínez Estrada ejerció en su forma de entender las cosas. Más tarde, viajó con una beca a París. En esa ciudad, escribió su tesis de doctorado y disfrutó o padeció la lengua francesa, según la circunstancia. Luego vivió en México, país al que viajó exiliada y donde vio una parte de una escultura que atrapó su fantasía y cuyo fantasma podemos perseguir en su poemario El Príncipe.
En Argentina, trabajó como docente en colegios secundarios, en institutos terciarios y en la Universidad Nacional del Comahue, y como investigadora en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. En su producción crítica se inscriben títulos como Inmortalidad y ausencia de Pedro de Urdemales; Símbolos de "Don Segundo Sombra" y El mito de Narciso en la poesía de García Lorca.
Desde 1990 se dedicó a estudiar el pensamiento utópico latinoamericano, cuestión que la llevó a escribir América Latina, utopía o realidad; Latinoamérica, utopía latente; América Latina, la utopía como síntoma; Utopía musical en Daniel Moyano e Identidad y utopía, dos grandes sombras en Latinoamérica. Entre otros reconocimientos a su trayectoria como escritora y como intelectual, fue designada miembro de la Academia Argentina de Letras en 1999.
Sus trabajos críticos, sin embargo, no fueron lo que más ocupó sus insomnios, sino la poesía, que la dejaba indagar en amores y dolores, existencia y muerte, sueños y filosofías. Publicó Neuquina, que es el más difundido de sus poemarios, en 1956; El riesgo y el olvido, en 1962; Cuando la voz cae, en 1963; El extraño y Menos plenilunio, en 1964, Maneras de morir, en 1974, El riesgo del olvido y La divisa del emboscado en 1992, y El príncipe y Angélicos, en 1999. Publicó también la recopilación Poesía junta.
Su poesía trasciende territorios para estar entre las más bellas y las más dolidas o dolorosas de su generación, junto a la de Alejandra Pizarnik y la de Olga Orozco. Para más claridad, uno de los territorios que trasciende la poesía de Irma Cuña es aquel que designarían palabras como "patagónica" o "argentina": la poesía que logra serlo no debería tener la medida de lo geográfico, ni siquiera con el pretexto de la identidad. La arena y el viento patagónicos están, a veces, en la poesía de Irma, pero no son la poesía de Irma. La patria -la matria- de una poeta es la lengua en que escribe. También lo son, en ocasiones, ciertos derroteros existenciales que no pueden cifrarse en una región. En este caso, el ser mujer y la diáspora. El poema que transcribimos incluido en La mujer, la tercera parte del poemario El extraño (1977), y recopilado en El riesgo del olvido, puede ser leído como un leve contacto con el universo de esa mujer en constante huída que fue Irma Cuña. (por Griselda Fanese)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario