miércoles, 22 de abril de 2009

Cursaro Andrés









(Del libro “Estación/Tierra/Nada”,
Ediciones en Danza, 2006)

I
qué es el espacio sino esta necesidad de acorralar a los fantasmas a los presos deambulando en la memoria qué es este vacío enfrentando al infinito contra las manos del frío sino la piel de los huesos indicando rutas al océano los pies de aquel niño corriendo tras sus ojos con la urgencia de acorralar a los fantasmas muñecos pisados por caballos qué muestra ese espacio en los pasillos de la intemperie sino la sangre de los peones devorados por los machetes los muertos por el frío ardiendo en esta casa en este espacio limitado por paredes de carne golpeando al olvido de saberse roja hasta violeta o violenta si fuere posible.

II
ese pibe que corre y recorre toda la casa la casa que fue su espacio y que ahora se abre infinita para sus ojos también sus manos notan la ausencia de los límites del desierto hecho tumba océano moviéndose animal en plena esquila convertido en carroza de calesita muda con sus ojos colgados a la sortija qué es el espacio sino esa disposición de lugares desconocidos terribles liberados frente a la ventana de esta que fue su casa de esta casa incendiada marrón de carne seca al sol a la sal del sol también terrible desconocido o descosido si fuere posible.

III
y si ahora todos corriéramos hacia esa casa infinita tras el polvo de la escarcha si fuéramos hacia ella como van los niños si fuéramos si sólo sintiéramos ser esos chicos corriendo siempre hacia la casa guardada por una madre caeríamos entre cuatro paredes inexistentes derrumbadas arderíamos una vez más como crepitaron esos cadáveres que llevamos en memoria que nos esperan también en la fosa con otras caras otras manos que sólo tocaron después del fuego del balazo o puñalada allí bajaríamos siempre siempre con los ojos mirando arriba al espacio dibujado entre la palada de tierra que nos cae encima qué otra cosa es este espacio sino la sensación ambigua de la liberación del constante volvernos niños del eterno regreso a los brazos de una mujer también madre si fuere posible.


(la casa tiembla)

la casa se muere dice la casa tiembla cierra las ventanas pierde el sentido de las horas esa casa ya no es mi casa grita condenada está la casa que se muere a destiempo entre las horas de la noche que pueden ser día y abre la puerta cuando nadie entra se ilumina en plena tarde y se arranca el pasto raíz a raíz se muere la casa se muere dice ahora deja que el agua se le filtre por el techo se empañe el espejo frente al sol no se cuida hasta las cortinas dejó caer no le importan las piedras perforando vidrios mi casa muere se muere está mal no reconoce mis perfumes se quita los clavos y caen cuadros las fotos que la muestran recién pintada y descascara colores que bien le hacen se deja golpear por el viento y la tierra que pasa por los huecos se muere la casa se muere nomás y el hombre de esa casa muere también amurado a las paredes las sombras que allí están lo miran caer frotar las manos en el revoque quitar uno a uno los adornos del dormitorio levantar la alfombra orinada por los gatos lo miran caer al hombre de esa casa que muere en cada ladrillo ve los días que ahora lo llevan a esa misma casa plena de sol de pasos apurados a los aromas del laurel el hombre es una hoja de laurel ahora arrojado al medio del salón donde levanta el piso desde abajo y lo ven caer también como a esa casa que se muere cerrar la puerta lo ven escuchar decir se muere la casa se muere no baila el hombre están ausentes la música las manos que lo llevan el vestido que lo guía no baila y grita dice que la casa se le muere que ya no soporta su peso que anoche dejó caer silencio en el patio y que la lluvia lo ahoga en ese silencio el hombre de esa casa también escucha a las paredes abrirse dicen que el hombre de esa casa que muere con él en él recién habitada persigue sombras en paredes que no están en el pasto seco del jardín pero está muerta la casa en la imagen que encuentra está sin pintura sin ladrillos cortinas está muerta la casa dice el hombre que se mira desde la ventana.


Andrés Cursaro nació en Neuquén en marzo de 1968. Es poeta y periodista. Publicó El pecado de soñar (Filofalsía, 1988, en colaboración con Rubén Gómez), Jirones de un desierto que oscurece (último Reino, 1999), Poesía y rock en vivo (disco compacto junto al grupo 113 Vicios y Palo Pandolfo, distribuido por la revista Bardo, en 2000), y compiló diversas obras para la Editorial Universitaria de la Patagonia. Es secretario de redacción del diario El Patagónico, de Comodoro Rivadavia (Chubut), en el que durante diez años editó el suplemento de cultura joven “Ojos de Papel”. Colaboró con distintas publicaciones de la Patagonia y del exterior. Actualmente reside en Rada Tilly (Chubut).

1 comentario:

maritza dijo...

aunque nunca he hablado con andres y ninguno de los dos lo necesita, debo decir que he leido sus libros y "estacion/tierra/nada" me agradó enormemente. El poema de la casa es insuperable. Un clasico en mi coleccion. -Gracias clau