viernes, 3 de octubre de 2008

Petroff Roberto Mario




Sin palabras


Se ocultó la luna detrás de la bruma en la noche tibia de un verano nuevo. Las sombras del puerto nos salen al paso alfombrando piedras que llenan la noche de sonidos sordos. No entiendo el silencio que anida en tu alma, tus labios se cierran como apretando el verbo que no se pronuncia.
Llegamos al punto donde culmina el mundo y se abre el mágico portal del Universo y allí, con sombras de luna escondida y las aguas de la ría cercana lamiendo las piedras que nos condujeron, alzaste la vista, me miraste adentro, brillaron estrellas en tu mirada inmensa y con la voz que nunca pronunció mi nombre, en el instante eterno que se abrió camino, “porque te amo”, me dijiste y agitando con levedad tus alas, me dejaste anclado en esta tierra que, con tu ausencia, se vuelve infinita.



El niño


El niño corre detrás de la pelota perseguido tenazmente por su sombra bajo el sol de estío. De pronto en su camino se cruza una mirada y el sortilegio grana de unos labios lo detiene en un suspiro. Su corazón bate su pecho agitado y el rubor le enciende el rostro cetrino. El niño ha crecido.

en Cuentos brevísimos, SADE SC, Año 1 Nº 1; Marzo de 2005



La línea (Relato en escala de grises) –frag.-


Lo hizo. Se atrevió a cruzar la línea; sin embargo, en ese simple y supremo acto de heroísmo, culminó su osadía, no tuvo valor para seguir. La trémula inmovilidad de la duda duró un latido antes de que su natural cobardía le impulsara al retroceso fatal que habría de arrebatarle la redención.
Sintió compasión de sí mismo, por su suerte, por esa cobardía que llevaba enquistada desde siempre en su espíritu como una mala hierba.
La línea siempre estuvo allí, a un paso. La había entrevisto en cada uno de los hitos que jalonaban su insignificante historia: en la tierra de nadie de las fronteras, en la ribera de los muelles que había hollado, en la borda de los barcos en los que cabalgó los mares, en las lóbregas habitaciones de hoteles miserables (…).
(…)
La lluvia había arrasado con el maquillaje. La lejana belleza de la muchacha atisbaba oculta detrás de una trágica máscara de dolor, fracaso y hastío. Él la desnudó y ella lo dejó hacer. Él tomó una toalla y secó su rostro, sus hombros, su pecho, sus piernas, y al fin la tomó de la mano y la condujo frente al gran espejo. Se miraron en el cristal que les devolvió la imagen de dos seres marcados a fuego por la postergación y el fracaso. Entonces ella vio la Línea y comprendió. Ya no tenía nada que perder.
No fue un paso, fue un salto desesperado. Juntos se atrevieron a cruzar la Línea más allá de la luna del espejo… y no volvieron.



Cuernos


Pasifae supo en la oscuridad que lo que tenía en sus manos era un asta erguida. No pudo saber si era de su amante o de su marido.

Disquisiciones desquiciadas –frag.-


El grito seguido de un lamento casi conmovedor me arrancó del desentrañamiento del fenómeno torricelliano que permite el funcionamiento de la mecánica matera. Con desesperación descubrí que mi natural descuido me hizo cometer el error fatal de dejar la puerta de mi privado microcosmos abierta a las miradas paganas de los profanos, dejando así expuestas impúdicamente la más profunda de mis intimidades.
Al llegar al pasillo, pude comprender en toda su perversa dimensión lo irremediable de mi descuido. Allí, en el portal de acceso a mi pequeño universo, me encontré de narices a boca con el rostro demudado de la dueña de la casa, cuyas expresiones faciales en repugnantes y alternativas metamorfosis transitaban desde la profunda consternación hasta la más violenta de las iras. El motivo –claro está- era la pared cubierta (según ella) de todos esos “mamarrachos” (calificativo impropio para mis profundos estudios mecánicos, físicos y matemáticos que –por supuesto- me ofendió).
Por más que lo intenté, no pude rendir una explicación cabal de mis acciones. Fui interrumpido constantemente por una letanía en la que se entremezclaban lamentos, quejas, amenazas, insultos varios, todo profusamente regado por cuantiosas lágrimas y contrapunteado por sonoras sorbidas de humores nasales. La perorata duró lo suficiente como para que el agua llegara al punto óptimo de ebullición y la tapa de su metálico continente comenzara a bailotear, y en su chinchineo adoptó una extraña cadencia rítmica. Tal vez contagiada por la sonora base metálica, el sermón de mi casera fue adaptándose a aquél ritmo pegadizo, resolviéndose así en una caótica composición cuasi musical que se parecía a un doliente rap con fondo de escola do samba.
(…)
Cuando ya me creía definitivamente perdido y con mi bolsito en la puerta de calle, la providencial aparición del maridovio de mi indignada casera aflojó la tensión. Compinche al fin de copas en bares dudosos, me hizo un guiño tranquilizador y con consoladoras palabras de enmiendas y pintura nueva para la pared, convenció a la entristecida dama y la llevó al comedor, aún hipando de sollozos. Turbado por la profanación de mi intimidad y por la interrupción del rito matero por exceso calórico en el líquido elemento indispensable para unos cimarrones que se precien de tales, me acurruqué en el espacio que quedaba en mi lecho y me dispuse a tomar una merecida siesta reparadora de tantas emociones. Repasé una vez más con la vista los diagramas y las ecuaciones delirantes que campeaban en la verticalidad fronteriza y finalmente cerré los ojos, sumiéndome en el más dulce de los sueños con el convencimiento de que la tarea estaba cumplida.

en Montañas de Nada, inédito

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Roberto Mario Petroff confiesa que ha nacido. Ha perpetrado este hecho hace ya más de cuarenta años, un 9 de febrero de 1963. Su espíritu rebelde le signó este destino de búsqueda constante de aquello que aún no descubre y esa trashumancia empecinada lo ha traído hasta las calles pedregosas de un pueblo con mar y puerto que lo cobija a regañadientes. Según comentan las malas lenguas, llegó a las tierras australes de Gallegos de Santa Cruz a principios del Año de Nuestro Señor de 1998. Según suele definirse a sí mismo es “carpintero de oficio; periodista, marinero, escritor, poeta y vagabundo de profesión…”. Permanece entre nosotros pese a todos los esfuerzos que se realizan para evitarlo.



Referencias literarias:
Maritza Kusanovic; Julio Nervi; Cecilia Maldini; Carlos Besoain; Jorge Curinao; Norma Donoso; Mónica Da Luz; Carlos Sacamata; Claudia Sastre; Sergio De Matteo; Juan Carlos Bustriazo Ortíz; Pavel Oyarzún; Julio Leite; Liliana Campazzo

9 comentarios:

La Moro dijo...

Aunque se diga “narrador”, sigo sosteniendo que Petroff es un poeta, en el sentido “más griego” del término. Prosa o verso, da lo mismo: su estilo desnuda a una voz esencialmente lírica; más que la progresión narrativa interesa en su obra el trabajo connotativo con el lenguaje. Y es precisamente por ello que, coloquial o no coloquial, ese lenguaje oscila entre el encuentro con lo cotidiano y la sublimación de la percepción del yo. La poetización del “detalle” y el tono melancólico de sus escritos van imprimiendo un ritmo de lectura tranquilo pero angustiante. He tenido la oportunidad de leer (algunos de) sus (muchos) trabajos -sin publicar, claro, porque nunca le satisfacen del todo-, y es una constante en ellos esta melancolía –a veces, incluso, ominosa-. Párrafos aparte merecerían los toques tangenciales de erotismo en muchos de sus relatos que contribuyen la mayoría de las veces a reforzar el clima de soledad e incertidumbre en las narraciones. Las mujeres de Petroff son cuerpos eternamente ausentes, las relaciones siempre truncas o no correspondidas, la memoria del amor lacera y en esa tensión entre placer y dolor parece nacer la inspiración que engendra, a su vez, el deseo de lo visual y lo táctil (lo que –seguramente- ignora es que ese deseo muchas veces le es correspondido cuando se toma contacto con su obra).
Estoy convencida, aunque él se empeñe en negarlo, que su escritura está en el punto en que necesita imperiosamente circular para alimentarse de la percepción de los lectores.
…¿Quién puede saber de la muerte
y del descenso a los infiernos sino el que muere por amor?.
¿Quién puede saber de la resurrección si no amó ni ha sido amado?.
Sólo aquél que le cantó a la vida la falta envido con veintidós,
sabe la incertidumbre de lo inevitable.

(En el último instante de su vida se convenció de que se puede morir de amor.)…

Anónimo dijo...

Che, moro, estas enamorada de petroff y de leite? no te dijeron que enamorarse de poetas es una mala idea, como enamorarse de un marinero o de un camionero? Mejor que busques entre tus colegas, habemos algunos interesantes, morocha! jajajaja!

La Moro dijo...

Castro, no moleste, quiere? La idea en este blog es comentar con un mínimo de cordura y seriedad; si no tiene ganas, o escriba en otro blog o restrinja sus bromitas al ámbito laboral. Se lo agradecería.
De todos modos, celebro sus lecturas de poesía patagónica. Vio que un baño de cultura no viene mal de vez en cuando? No todo es Ciencias Exactas en esta vida...

macadamia dijo...

debo decir que tu colega tiene razón, yo puedo dar testimonio, pero tiene lo malo y tiene lo bueno, tenés asegurada la dosis diaria de locura que hace falta para vivir. besos

macadamia dijo...

debo decir que tu colega tiene razón, yo puedo dar testimonio, pero tiene lo malo y tiene lo bueno, tenés asegurada la dosis diaria de locura que hace falta para vivir. besos

macadamia dijo...

debo decir que tu colega tiene razón, yo puedo dar testimonio, pero tiene lo malo y tiene lo bueno, tenés asegurada la dosis diaria de locura que hace falta para vivir. besos

Anónimo dijo...

Mario, para cuando ese libro que muchos esperamos?
Ceci

Anónimo dijo...

Mario, para cuando ese libro que muchos esperamos?
Ceci

La Moro dijo...

¡Qué buena pregunta le hace Ceci, Poeta! A ver, esperamos su respuesta...