lunes, 10 de noviembre de 2008

Calvo Laura



MORDERSE LA LENGUA


No me parece que lo más urgente sea defender una cultura cuya existencia nunca ha liberado a un hombre de la preocupación de tener hambre, sino extraer de aquello que se llama cultura, ideas cuya fuerza viviente sea idéntica a la del hambre.
(Antonin Artaud)



Mastiqué mi lengua al mediodía
y tan fuerte el dolor
me dejó muda
Vi los bordes de la herida en el espejo
el tajo en carne viva sangrando para adentro
Con mis dedos enseguida tapé el hoyo
que dejó de sangrar en ese instante
Probé decir algo simple -lengua mía-
y ella dijo por su cuenta: no te abuses,
de ahora en más hablas o muerdes

No, señores, no queremos dialogar ni debatir y
-en particular-
no queremos ser misericordiosos
Un diálogo verdadero se atrevería a descubrir
lo que nos atormenta del otro
y sería tan sincero como para concluir
que también lo propio escandaliza

Quizás sea así y quizás no, entre gente como yo
y gente que se come los animales del zoológico
Quien eche un vistazo a las obras completas del festín
se dará cuenta de que por fin
alguien echó a correr su dentadura

Basta que algo se haya comido una vez
para que circule por todos lados
Lo mismo que la vejez
el arte de la retórica requiere platos de extensión moderada
Ni mucho ni poco ni excesivamente condimentados
Poner la prosa en el lugar del invitado
y el plato fuerte -si lo hay- que sea caliente

Acábela con que el destino es un menú sin entremeses:
¿acaso al trigo lo cultivan los peces
y a la hora de comer no se justifica poner los platos?
Es un milagro -dice usted- comer todos los días
Yo ayer comí pescado y hoy pastillas para la hipnosis

No sólo el arte de comer es un oficio postergado
También el arte de roer se ha visto malogrado
y la ratita presumida busca pareja como inversión segura
(roedor tenía que ser para creer que una moneda
puede operar milagros)
¿Con quién me casaré? ¿Qué harán para enamorarme?
La oveja le dijo beee, el gato le dijo miau, el perro le dijo guau
y el gallo quiquiriquí. ¡No, no, que me desvelais!
Y apareció el oportuno ratón y de un sopetón preguntó:
¿te quieres casar conmigo?
¿Qué harás para enamorarme?
Dormir, comer y callar. Y la ratita aceptó
Barrer, limpiar, lavar la ropa, cocinar...
llorar, porque el ratón se ahogó en la sopa

El hambre es el más sabio de todos los servicios:
redime las funciones que acaban con su oficio
Las viejas tradiciones no se pierden fácilmente
Si el aparato se quedara sin dientes
lo más probable sería que el hambre dejara de existir
Es del todo indiferente qué forma y qué material
elija para ello el juicio (si ofrece placer o impone lo inaceptable):
sólo estimulará lo que se quema a sí mismo

El hambre es el más sabio de todos los servicios:
esas papilas gustativas ansiosas por seguir
la lengua acometiendo hasta dejar la fuente limpia

A no inquietarse, no hay motivos:
el hallazgo corresponde a una pierna de cordero
rebosante de proteínas
un espectáculo turbador, excepcional y verdadero:
la unidad de la pieza, su dimensión encantadora
todas sus líneas convergiendo hacia la mesa
donde el poeta acaba de morderse


Salvemos al vitel toné



A fines de los años 60 no sabía qué hacer con mi flamante título de maestra normal. No me sentía docente en lo más mínimo, y normal...
En el test de orientación vocacional me salió Abogacía (qué habré con las rayas, los puntos, las figuras) pero ya estaba mi hermano en eso y no lo veía muy contento. Otras opciones: Sociología o Asistencia Social. Elegí Asistencia Social porque en esa época creía que la solidaridad era algo que podía estudiarse. No llegué a dar los primeros finales. La profesora de Psicología me corrió antes. Sepan, nos dijo en una clase, que la práctica de esta carrera en la Argentina no es como en Estados Unidos donde el profesional atiende los casos en su propia oficina; aquí se termina como empleado en una cárcel o una escuela. Piénselo chicas (la mayoría éramos mujeres). Y ahí nomás largamos varias.


Y ahora qué vas a estudiar, me preguntó mamá que no toleraba eso de estar sin hacer nada. Para empezar, dactilografía en la Pitman: ASDF-ÑLKJ –ASDF... ¿Cuántas palabras por minuto? ¿¿¿Cuántas??? Buena cabeza para los estudios; poca motricidad fina. Sigamos buscando..., una carrera corta: a ver, a ver, algo que permita moverse, viajar si es posible, conocer otra cosa. Y un día de esos en los que andaba más despistada que hormiga en el asfalto, hojeando La Nación vi la publicidad del Instituto Humboldt que ofrecía un Curso de Guía de Turismo de dos años de duración y salida laboral inmediata.
Está bien, dijo mamá, eso e Inglés. Sí, Inglés, por supuesto, en Interlab con grabador y auriculares: How old are you? I’m eighteen years old; Where are you born? I was born in a little town not far from here…

El Instituto Humboldt quedaba en Río Bamba y Juncal, justo a la vuelta de Interlab. La mayoría del alumnado allí también eran mujeres; señoras con ganas de hacer algo más estimulante que esperar al marido con la cena lista; solteronas resignadas a atragantarse de cultura por falta de un marido a quien prepararle la cena; pendejas como yo sin deseos de comprometerse con nada a largo plazo, y un par de gays muy divertidos, además del Director y el profesor de Historia del Arte que también eran pareja, dos tipos underground, sensibles, capaces de transformar la realidad más vulgar en una experiencia estética. Si lo que buscaba en el Instituto Humboldt era aprender la relación entre el arte y el turismo, había caído en el lugar indicado. Nunca aprendí tanto sobre el patrimonio urbano de Buenos Aires como en esos dos años que duró la “carrera”. Todos los fines de semana salíamos a visitar un museo, un barrio, una iglesia, reconociendo con entusiasmo los distintos estilos que habíamos visto en diapositivas: un atrio románico, unas agujas góticas, un mosaico bizantino, un arco, un cortile. Tomábamos apuntes y después los pasábamos en limpio en el departamento de María Estela, una de las cinco que formábamos el grupo junto con Alicia, Teté, Claudia y yo. Recién llegada de Londres, después de haber pasado varios meses tratando de aprender inglés mientras se divertía yirando por el Soho, María Estela era la única que tenía auto y que vivía sola. Su familia era del campo, mucho campo, en Ayacucho; una de sus estancias se llamaba como ella: “La Estelita”. Además tenían haras y criaban perros de raza. De esto me fui enterando, no porque ella se mandara la parte, sino por compartir un lenguaje común, una visión pampeana -podría decirse- como el cuadro de Macció, ése donde la llanura parece apresada por un cielo que la aplasta, y a lo lejos, muy a lo lejos, se ve un diminuto y solitario hombre a caballo.


Todos los días, a eso de las cinco, nos encontrábamos en el café de la esquina de Melo y Junín a leer los apuntes de la clase anterior un rato antes de entrar al Instituto. Fue en ese café, una tarde de lluvia torrencial, de esas que se descuelgan en Buenos Aires desbordando las alcantarillas y no podés cruzar la calle sin empaparte los zapatos, que vi a María Estela por primera vez. Entró descalza con las medias embarradas y un par de botas en la mano. Miró a su alrededor y me dijo: ¿Puedo? Y sin ningún empacho se sentó conmigo porque el resto de las mesas estaban ocupadas. Buscó en su cartera, sacó un pañuelo y un atado de cigarrillos, me convidó, prendió uno, pidió un café y mientras esperaba que se lo trajeran, se secó los pies con el pañuelo antes de calzarse de nuevo. Ni muerta iba a dejar que se me arruinen, dijo, ¿no son divinas? De cuero, blancas, bien ajustadas a las piernas, las botas, efectivamente, eran divinas. Nos pusimos a charlar y en diez minutos descubrimos que en diez minutos más empezaban las clases en el Humboldt donde ambas nos habíamos inscripto.


María Estela me llevaba diez años, menos que muchas de las mujeres que allí asistían, pero se comportaba como si tuviera mi edad. Había estado a punto de casarse, pero de eso prefería no hablar. Siempre llegaba tarde, con el pelo castaño oscuro bien planchado, minifalda y botas, y se sentaba cerca de la puerta, lista para escaparse al patio a fumar si la clase se alargaba demasiado. Un día faltó al Instituto, y al siguiente también y pensamos que tendría otra angina: fumaba dos atados por día y parloteaba sin parar. Llamamos al departamento; no respondió. Le tocamos el portero eléctrico; tampoco. Pasaron más días y el Director nos dio la noticia de que su hermano mayor estaba muy mal, allí en Ayacucho, el pueblo de dónde eran, y ella había viajado de urgencia. A la semana nos enteramos de que el hermano había muerto y tres de nosotras viajamos a verla. Era una tarde de invierno, y soplaba un viento helado que barría las hojas que aún quedaban en las calles cuando bajamos del micro. Le preguntamos a alguien donde quedaba Sarmiento al 600 y nos indicaron que ahí nomás, a la vuelta.


La casa era grande, de una sola planta. El auto de María Estela estaba estacionado en la puerta. Congeladas, nerviosas apretamos el timbre. Nos atendió una vieja con un mate en la mano que se presentó como la tía Luisa. Ayer lo enterramos, pobrecito, se lo comió la hidatidosis, nos descerrajó mientras entrábamos. Hace años que la tenía; aquí es bastante común. Un chico criado en el campo, rodeado de perros que se comen las vísceras crudas de los mismos animales que ellos han infectado; el chico va, toca al perro... La tía sorbió el mate y se secó los ojos que habían empezado a lagrimearle. Pasen, pasen, siéntense. Al pobrecito, el parásito le atravesó el hígado y se le asentó en el pulmón. Primero le sacaron ese quiste y se le hizo una fístula bronquial. A los cuatro meses le extirparon el quiste hepático y la cosa parecía controlada pero al tiempo empezaron las complicaciones. Le hicieron infinidad de estudios hasta dar con el quiste miocárdico responsable de la siembra. Encima el pobre sufría de hipertensión arterial y no se cuidaba para nada... El living silencioso había empezado a llenarse de sombras; los muebles, las alfombras, todo invitaba a apoltronarse. Arrastrando los pies, la mujer se acercó a una de las lámparas y la prendió. Cada día oscurece más temprano, murmuró. Sobre la mesa, una foto de María Estela y dos muchachos se iluminó de repente. Ahora la llamo, dijo la tía, y se eclipsó tras una puerta.

Media hora esperamos a que apareciera María Estela. Media hora tensionadas pensando qué decirle a alguien de quien uno sabe menos de lo que cree saber. Sabíamos que era rica, la más rica del grupo; que pensaba en voz alta y hablaba sin parar; que contestaba preguntas con más preguntas; que su vida sentimental había sido un estropicio; que gastaba en viajar todo lo que podía porque en un pueblo todos se conocen y hay que viajar para conocer el mundo; que mantenía el buen humor si le bancábamos los caprichos; que manejaba el auto de forma distraída y había que gritarle, ¡mirá para adelante! cada vez que volteaba para meter un bocadillo.


La tía volvió con el mate y un termo y entre cebada y cebada siguió ilustrándonos: cuando murió Artemio, mi cuñado, que en paz descanse, no saben las penurias que pasó esta familia. El campo empezó a andar mal. A una sequía eterna se le sumaron dos juicios de trabajo de unos peones pretenciosos: los dos perdidos. Después mi sobrino, el finado, tomó las riendas y enderezó el rumbo, salvó “La Estelita” y armó el haras que maneja Artemio hijo a quien le encantan los caballos, pero de negocios, minga: a él le gusta fraternizar con los peones. La mujer sorbió una vez más y señaló a ambos jóvenes en la foto: no sé qué va a pasar ahora que éste se nos fue. Si María Estela sueña con volverse a Buenos Aires, mejor que despierte.


Y efectivamente, María Estela debe haberse despertado porque apareció en ese momento bostezando y con los ojos muy hinchados. La abrazamos, le dijimos lo poco que pudimos, persuadidas de que la palabra no remedia pero algo atenúa, y seguimos mateando un rato más, ya con las tripas haciendo ruido porque no habíamos comido nada desde el desayuno. La idea era volver esa misma noche a Buenos Aires en un micro que salía a las diez, pero la madre, una mujer de cara dulce que apareció tras ella, nos insistió para que nos quedáramos hasta el día siguiente. Hay camas de sobra, nos dijo, y nos sonrió con los ojos velados, como disculpándose por la ironía involuntaria al insinuar la pérdida reciente. En la chimenea el fuego seguía encendido y la tía se levantó a prender más luces. Tendrán hambre, dijo la madre. Voy a ver que hay en la cocina. Por favor, no se moleste, dijo Claudia, y las demás nos sumamos aunque no muy convencidas. Déjenla, no se preocupen, nos atajó María Estela, en esta casa lo que sobra es comida. Al velorio llegaron muchos familiares, aclaró la tía, y debe haber quedado de todo un poco.Y en efecto, a los diez minutos la mesa estaba puesta y se empezó a llenar de fuentes. Lechón arrollado, liebre en escabeche, jamón crudo, huevos y tomates rellenos y -lo mejor de lo mejor- un vitel toné que por lo visto nadie había probado por haber quedado al fondo de la heladera. A mí, para quien el tema de la cocina se reducía a simples ejercicios jugados dentro de los límites de una poca desarrollada imaginación culinaria, este plato me excitó sobremanera; tanto, que en contra de mi habitual desinterés con todo lo relacionado a las recetas, me animé a preguntar acerca de su preparación. A la madre le brillaron los ojos, no de pena -me dio la impresión- sino de entusiasmo. El poder de la comida parecía haberse instalado en la mesa como un bálsamo reparador, una síntesis superadora del apetito.


Con una prosa sencilla pero profunda, más allá de la polémica sobre lo que engorda o afecta el hígado, más acá de las opiniones sobre la mezcla del pescado y la carne vacuna, la mujer nos habló del pesceto hervido con algunas verduras que le van dando gusto, el tiempo de cocción, y luego de la salsa en base a mayonesa, atún, anchoas y alcaparras. La persecución de un gusto único, de eso se trata, concluyó mirando a su hija, que en el otro extremo de la mesa seguía sin probar bocado, fumando sin parar como si hubiera caído en la cuenta de que existía un gran espacio entre el escenario donde se celebraba aquel banquete y el mundo real de su aflicción. La carne me parece tan triste que ya no puedo soportarla. No entiendo cómo mamá insiste con estos platos, murmuró María Estela cuando la mujer se levantó a buscar algo; se la pasa preparando manjares de modo obsesivo, ejerciendo sobre los ingredientes un control de gestión tan exhaustivo que a mí se me van las ganas, qué quieren que les diga. Ella cree que la mayor parte de lo que la gente come no es lo que se dice una comida; cosas que parecen comida porque tienen ingredientes y gustos determinados, pero que responden a un placer superficial haciéndoles sentir que han cumplido con el deber de alimentarse. No entiende que ésta es una sociedad de fast food, una sociedad que necesita consumidores idiotas. Fomentar paladares exquisitos sería contradecir eso; sería formar gente que reflexione sobre lo que es comer y sabemos que es muy difícil gobernar gente que reflexione. Era raro ver así a nuestra amiga, un personaje de comedia envuelto en la tragedia. Shakespeare habría podido inspirarse en ella construyendo la versión femenina del Yago nihilista en Ayacucho, la capital de la carne, sede provincial de la Fiesta del Ternero. La puerta de la cocina volvió a abrirse. El mejor plato es el plato no cocinado todavía, dijo la madre entrando: ¿quieren algo de postre?


Todas aprobamos las materias del Curso Especial de Guías de Turismo que nos habilitaba con una credencial para realizar visitas guiadas a los principales puntos de interés de la ciudad de Buenos Aires. La fiesta de egresadas coincidió con mi cumpleaños, y la hicimos en el departamento de María Estela. Desde la muerte de su hermano era la primera vez que organizaba algo en su casa. Había de todo, pero lo más impresionante fue el vitel toné que preparó su madre y se lo mandó con el comisionista. No faltó el vino ni el champagne, el postre helado, las cornetas; porque también hubo pitos y cornetas. Una de las chicas se quedó para ayudarla a limpiar todo. Cuando nos despedimos, todavía con el bonete puesto, ambas ignorábamos que no volveríamos a vernos en diez años.


En ese lapso pasaron tantas cosas que me llevaría varias vidas escribirlas, así que sólo diré que me casé, tuve dos hijos y con mi marido decidimos abandonar Buenos Aires en busca de aires buenos en serio, plazas donde no explotaran bombas, calles donde se pudiera circular sin que te pidieran documentos. Elegimos el sur, la Patagonia. Nos compramos una casa y un perro y abrimos una agencia de turismo en Bariloche. En eso estábamos cuando una mañana de agosto suena el teléfono y escucho la voz ronca, un poco más destemplada de lo que la recordaba, pero definitivamente inconfundible de... ¡María Estela! ¿Sos vos? No puedo creerlo ¿Quién te dio mi teléfono? ¿Quién? Claudia. Qué bueno, che ¿Cuándo llegaste? ¿A esquiar? Genial. Sí, sí..., muchas ganas de verte... ¿A tomar unos mates? Cuando quieras.


Una de las tantas abominaciones de la dictadura militar fue condenar a los desaparecidos a ser jóvenes eternamente, negarles la madurez, el envejecimiento, signos que ahora veía corporizarse en la figura de mi amiga desaparecida por diez años; se estaba bajando del auto frente al portón y hacia allí me dirigí inmediatamente. Con un saco de cabra teñido de azul y el pelo casi rubio, me costó reconocerla. Diez años que no nos veíamos y diez que me llevaba, le calculé al vuelo que andaría por los cuarenta. Venía de Australia después de estar allí un par de años con el hombre con quien se había casado y de quien se acababa de divorciar. Un ingeniero de Techint, buen tipo, pero no anduvo. Ni soñar con volver a Ayacucho. Me deprime el sólo pensarlo; vos sabés que a mí el silencio me da pánico, y la llanura, qué querés que te diga, es puro silencio, che. Por ahora me alquilé una cabaña en el Cerro Catedral y voy a esquiar hasta que me pudra. Su búsqueda espiritual, de la que habló una hora seguida, se hallaba encaminada tras los pasos del gurú Maharashi. Me sorprendió. Aún la recordaba más bien burlona y descreída. Le dije que tuviera cuidado, que un tipo conocido, un estanciero como ella, le había donado gran parte de su fortuna a ese tipo: te hacen la cabeza ¿entendés?, y corrés el riesgo de que tus vacas terminen convertidas en alfombras de flores sobre las que avanza el gurú cada vez que aterriza en un sitio y se dirige al hotel donde se aloja gratis, porque el dueño es otro de sus seguidores. La convencí enseguida: una cosa es patinarse la guita esquiando, y una muy distinta que se la patine otro.


Terminó la temporada invernal. María Estela dejó la cabaña en el cerro y se compró una casa en el centro. Había decidido quedarse a vivir en Bariloche, así que por diez años -nuestra medida seguía siendo la década- recibió su cheque mensual sin preocuparse por el campo, la hacienda , los arriendos, sabiendo que esas cosas estaban en manos de Artemito que aparentemente las piloteaba. No recuerdo grandes cambios en su vida personal que merezcan mencionarse en ese lapso. Sí, los hubo en el país. La patria financiera fue el fin de ”La Estelita”. A la estancia se la tragaron los bancos y sólo pudieron salvar el haras, parte de la hacienda y no muchas hectáreas. Mi amiga vendió la casa en Bariloche, el departamento en Buenos Aires y se volvió a Ayacucho. El opaco, insoportable paisaje llano pasó de un segundo a un primer plano, desplazando el contexto de las ficciones anteriores.
Me llamó por teléfono un par de veces: una para contarme sobre el fallecimiento de su madre, lo que me puso bastante triste, y la otra para decirme que la situación económica estaba mejorando y había podido conservar la casa familiar. Me alegró que estuviera contenta o tranquila o resignada a vivir en Ayacucho, dedicada a sus sobrinos -los hijos de Artemito-, a la cocina y a jugar a las cartas. Lo último que supe de ella fue que una Nochebuena, yendo a festejar a la casa de su hermano, chocó y casi se mata. Terapia intensiva, operaciones, un desastre. Me enteré dos meses después de qué ocurriera y la llamé inmediatamente por teléfono. Me atendió alguien que dijo ser su secretario. Ella no estaba. Le pregunté al fulano si tenía correo electrónico. Tenía y me lo dio. Le mandé un mail requiriendo información acerca de lo ocurrido y contándole un poco de mi vida. Me contestó al toque.

..........................................................................................................................
.....serían las diez y pico de la noche. Yo me había atrasado preparando el vitel toné con la receta de mamá y en vez de meterlo en un tapper se me ocurrió ponerlo en una fuente y llevarlo a lo de mi hermano ya listo para servir en la mesa. Subo al auto, acomodo los regalos, los turrones y el champagne en el asiento trasero, y adelante, en el piso, pongo la fuente con el vitel toné. Artemito y familia viven sólo a tres cuadras, así que yendo despacio no corría peligro de que se volcara. Error. Cuando arranco veo que la mayonesa hace una ola que casi desborda la fuente. Con un ojo en la calle y el otro en el vitel toné, avanzo una cuadra y veo crecer otra ola que mancha esta vez la alfombra. Sin frenar, me agacho para acomodar la fuente y, no sé cómo, me la doy contra un árbol con tal mala suerte que la palanca de cambios me atraviesa el bazo. Todo esto me lo contaron, porque quedé inconciente una semana, y cuando me desperté estaba llena de tubos en una clínica de Mar del Plata. Te juro que iba a diez kilómetros por hora. No entiendo cómo me tragué ese árbol choto.


Una pregunta, una respuesta

Una pregunta, una respuesta
la lengua tiene mucho trabajo:
clava la aguja da una puntada
mientras prosigue de arriba abajo
Con los retazos se va formando
la nueva prenda sin otro lazo
que esa puntada de sentimientos
cuando revelan el pensamiento
Y así la lengua que nos abriga
muestra las partes más atrevidas:
a veces borda finos encajes
otras zozobra en un remiendo

¡Ay! lengua mía
lengua de todos
no dejes nunca de equivocarte
si de algún modo a veces miento
no es por tu culpa
cuánto lo siento


El cielo se abre paso

El cielo se abre paso entre las nubes
El aire está cargado de presagios
Un pájaro celeste se aproxima
a anidar en la orilla de unos párpados

No hay nada más suave que las plumas
a la hora de dormir un largo sueño:
una sombra... un suspiro... una fatiga
se han unido sin brújula y sin dueño

Allá va la oscura pesadilla
la frágil escalera sin peldaños
De este lado de la almohada la cabeza
del que sueña sin saber que está soñando


Y YO SALI DE MI (tango)



Y yo salí de mí siendo yo
y siendo ajena lo mismo que las sombras
No se puede separar de la ficción
el sentimiento que la vida nos imponga
Necesidad de sorprender
luchar en el intento cuerpo a cuerpo
empapelar de libertad cada renglón
aventurándose en el filo de lo incierto

Quien no le teme a la ternura
no necesita probar nada ni exhibirse
no necesita negociar con la cordura
(poesía blanda, poesía dura) estribillo
Es tan negra la amargura
de quien descree de la piedad
no hay camino de salida
y el de regreso es a la propia soledad

Y yo salí de mí siendo yo
y siendo ajena lo mismo que las sombras

Ceremonial de destrucción
la vida hiere, la muerte reconforta
Indignación de respirar
hablar de lo indecible y transitarlo
ser devorada entre las líneas de un deseo imaginario
hasta perder la dirección original


Pueden ver más trabajos de esta autora en
http://www.cibertaller.com.ar
http://www.myspace.com/poetango


LAURA CALVO (1949) nació en Laprida, Provincia de Buenos Aires, Argentina. En 1980 se radica en San Carlos de Bariloche, donde vive actualmente.

OBRA PUBLICADA/ PREMIOS
1992: Premio "Rodolfo Walsh", certamen argentino-chileno por su cuento policial "Caso Cerrado".
1992: "Angel Fauno" (poesía) Ediciones Pixelia.
1992: "Decimos" (obra poética compartida con otros autores), Edición San Carlos de Bariloche.
1994 y 1998: Primero y Segundo Premio del Salón Patagónico del Poema Ilustrado por sus obras "Fundar el Sueño" y "Amapola Naranja".
1995 y 1998: Primer Premio de Poesía de los certámenes XVII y XX Encuentro Patagónico de Escritores por "Conquista del Arbol" y "Poemas Perros", ambos editados por Ultimo Reino.
1996: "Antología Oral de la Poesía Argentina" organizada por Libros de Alejandría en el Centro Cultural San Martín.
1997: Mención Especial Revista Vox de Bahía Blanca y finalista del Concurso Hispanoamericano de Diario de Poesía.
1998/1999: Celebración de lo Efímero- Arte y naturaleza.
1999: "Poesía Hacia el Nuevo Milenio" (antología de poetas arg.) edit. por La Luna Que.
1999: "Abrazo Austral" Antología de Poesía del sur de Argentina y Chile, ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.
2000: 1º Premio del IV Salón Patagónico del Poema Ilustrado: "Esa delgada línea de puntos".
2000: “Discursos Vivos” (poesía) Ediciones Pixelia, libro presentado en el marco de una Retrospectiva Personal de Poemas Ilustrados 1986/2000, muestra realizada en "Las Terrazas", Cerro Catedral.
2001: "Poetango", obra poético musical presentada por el Camping Musical en S. C. de Bariloche, grabada en C.D. junto al compositor Roberto Navarro y artistas invitados.
2004: “Poetango 2”, grabada en C.D. junto al compositor Roberto Navarro y artistas invitados.
2005: “Ventanas a la Palabra- El Taller de Escritura en la Escuela”, en coautoría con Luisa Peluffo, seleccionada y auspiciada por el Fondo Nacional de las Artes (Edit. Dunken) .
2006: “Piedras Blancas”, novela premiada por la Secretaría de Cultura de la Nación y editada por el FER (Fondo Editorial Rionegrino)
2007: “Poesía Río Negro” Antología Consultada y Comentada vol. 1


Las obras de Laura Calvo fueron presentadas en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires siendo declaradas de "Importancia Cultural" por el Concejo Deliberante de San Carlos de Bariloche (Declaración No. 259-CM-95) y la Prov. de Río Negro.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusta mucho el sitio. En especial el espacio que le dan a la gente joven como Jorge Curinao. Hoy en dia es extraño qu ela juventud se dedique a la poesia. Jorge te quiero mucho gracias por estar siempre conmigo. lore

macadamia dijo...

gracias lore, se hace lo que se puede,pero lo que se hace, es con amor. un abrazo. claudia