viernes, 17 de octubre de 2008

Peluffo Luisa




Julito, para los números, era un genio. Igual que para el tango. Yo aprendí a seguirlo, sobre todo en la milonga que me gusta más. Cuando bailábamos se juntaban alrededor para mirarnos.
Por esa época dejé Bellas Artes. María Teresa intentó convencerme de que siguiera pero no hubo caso. Materias como Visión y Geometría me resultaban incomprensibles y mis ejercicios de pintura, deplorables.
Mamá hizo ampliar la cocina y empecé a ayudarla con los servicios de lunch. Nos estrenamos con el casamiento de una parienta y al poco tiempo llovieron los encargos. Cocinaba y sufría, porque me veía todas las telenovelas y vendíamos bandejas y bandejas de bocadillos regados con mis lágrimas.
Necesitaba esa plata; con Julito estábamos comprando un departamento y había que pagar las cuotas. Tampoco me importaba quedarme en casa los fines de semana, total Julito también prefería estudiar a salir.
- Así nos casamos antes - me decía por teléfono. Porque nos la pasábamos hablando por teléfono esos fines de semana. Así estuvimos como dos años y cuando le faltaban unas materias para recibirse de contador nos comprometimos y me regaló un brillante que había pertenecido a su mamá.
Yo me sentía feliz, ya estábamos terminando de pagar el departamento. Mejor dicho, lo estaba terminando de pagar Julito porque yo, toda la plata que ganaba se la daba a él. Y él, que era un genio para los números, cancelaba las cuotas.
- Lo que sobra va a la caja de ahorro - me decía, porque también se le ocurrió lo de la caja de ahorro.
Al año y medio llegó el gran día. El día en que después de cancelar la última cuota, Julito me vendría a buscar para tomar posesión de nuestro futuro hogar.
Tuve que recordárselo. Los hombres son así, aunque él se ocupaba de todo no se había dado cuenta de que ya habíamos llegado a la última cuota. Yo sí, porque como los presos, las iba tachando en el almanaque.
Nos citamos en la París, no lo olvidaré nunca; me tomé cinco tazas de té y me comí un plato entero de masas. Pero Julito no apareció.
Volví a casa preocupada. Tenía que haberle pasado algo. Llamé a lo de la abuela, pero la sorda no contestaba. Insistí, llamé a sus amigos. Nadie lo había visto.
Al día siguiente, en la oficina, me dijeron que Julito ya no trabajaba allí. Nadie sabía nada de él, era como si se lo hubiera tragado la tierra.
Fui al banco. Nuestro departamento no existía, ni la caja de ahorro. A la primera a quien me animé a contarle todo fue a María Teresa. A ella no le sorprendió lo que me pasaba, no le caía bien Julito y ni siquiera me consoló:
- Siempre me pareció raro que se enganchara con vos - fue su comentario.
Pasó un mes y Julito seguía sin dar señales de vida. En Córdoba había estallado una revuelta y mamá se esperanzó creyendo que terminaba la dictadura. Pero el Cordobazo terminó con Onganía, no con los militares.
Empecé a salir, con desgano, con otros muchachos, pero ninguno era como Julito.
Cuando Estercita se enteró no pudo ocultar su satisfacción.
- Claro que ninguno es como él - me decía - sinvergüenzas como ése no abundan.
Porque a partir de ese momento Julito pasó a ser "ese sinvergüenza" para ella, y agregaba:
- ¿Sabías que volvió con la otra ? Se fueron a vivir al Uruguay.
Me quedé muda.
- Se fueron con tu plata, Inés - puntualizó – y el chico es de él, lo sé de muy buena fuente.
- Todavía me queda el anillo de compromiso - le contesté.
Pero no me animaba a vender el anillo. Me daba no sé qué. Entonces decidí empeñarlo.
En el Banco Municipal, un empleado me hizo pasar a una oficina y yo, sintiéndome una ladrona, coloqué con unción el brillante que había pertenecido a la madre de Julito sobre la bandeja de terciopelo azul que me tendió.
- Es bueno - le dije - y debe valer bastante.
El empleado me miró con expresión melancólica. Después se puso un lente raro en un ojo, tomó el anillo y lo observó a través de ese adminículo. Al rato dijo:
Es una fantasía. Fina, pero fantasía al fin.

(…)
A fin de mes Julito vino a buscarnos pero yo me negué a volver.
- Tenemos que hablar.
- Aquí no - me contestó.
Le propuse ir a un café pero ya en el auto enfiló para lo de su abuela.
- No me gusta ventilar nuestros asuntos en público - dijo mientras abría la puerta. Ahí mismo intentó abrazarme. Yo forcejée y él me retuvo:
- Dejate de joder, carajo - me dijo.
Pero yo le largué todo de golpe: que lo había visto, que estaba harta y que me quedaba en casa de mi madre.
- Mirá Inés, yo te quiero pero no voy a cambiar. Asi que dejate de joder, esto es como el tango, acordate: es el hombre el que manda, si no me quitás la libertad.
- Odio el tango.
- Mirá que te puedo sacar los chicos - amenazó - vos has hecho abandono del hogar.
- Vos hiciste abandono mucho antes - le contesté.
- Legalmente, lo que cuenta es que vos te fuiste llevándote a mis hijos.
- Podés venir a verlos cuando quieras y llevarlos a tu casa, eso lo podemos arreglar, pero vivir juntos no.
- ¿Por qué?
- Porque es una mentira ¿o no te das cuenta?
Entonces me agarró del pelo y me tiró la cabeza para atrás.
- Aquí la única que miente sos vos - me escupió al oído - pero a mí no me engrupís putita, vos tenés un tipo - y me arrastró al dormitorio y cerró la puerta de una patada - decime quién es que le rompo el alma...
Me solté y corrí hasta la puerta, pero me alcanzó y me dio un golpe en la cara. Después me tiró en la cama y se acomodó sobre mí. Se excitó cada vez más ante mi resistencia. Me retorció un brazo y yo empecé a gritar, sentía el labio partido y sangre en la nariz. Entonces me tapó la boca con una mano y terminó de usarme.


(…)


María Teresa y Gonzalo iban todos los veranos al sur de Chile; él dibujaba, ella pintaba: idílico. Pero el idilio se había terminado.
- ¿No querés venir conmigo a Chiloé? - me preguntó una tarde en que las dos lagrimeábamos deprimidas - nos vendría muy bien un poco de aire de mar y podés dejar los chicos con tu madre – resolvió de pronto, sonándose la nariz.
Me la quedé mirando; la idea no era mala. Esos últimos días tenía la sensación de que un auto me seguía; capaz que Julito quería controlarme. Pero no, no estaba segura, a lo mejor era pura paranoia. De todas maneras yo estaba dispuesta a irme a cualquier parte, además Chiloé es una isla y después de haberme criado en el Tigre siempre he sentido que tengo un karma con las islas.
María Teresa arremetió entusiasmada:
- Podemos parar en la hostería de Eduardo y Zoe.
Los había conocido en uno de esos veranos idílicos y se había hecho muy amiga.
- Zoe pinta - me contó - recién empieza pero tiene mucho talento, y Eduardo es arquitecto. Tenemos que ir ahora, porque a fin de año se van de Chile. Además consulté el I Ching.
María Teresa siempre consultaba el I Ching.
- ¿Y?
- Salió el hexagrama “agua sobre agua”; tenemos que ir.
Emprendimos viaje una madrugada en el citroen destartalado de María Teresa. Pero a la tardecita, después de pasar un letrero despintado en la ruta desértica, claudicamos. Más bien claudicó el auto. Con el último envión en punto muerto consintió en dejarse arrimar a un caserío perdido en medio de la nada.
Una de las casas tenía aspecto vagamente civilizado. Me bajé del auto y entré; era un bar con piso de tierra y cancha de bochas. Algunos paisanos jugaban bajo la luz fluorescente. Detrás del mostrador había un tipo con pinta de dueño; le pregunté si todavía faltaba mucho para Chelforó.
- Esto es Chelforó - me dijo ofendido.
- ¿Dónde podemos conseguir un mecánico?
- Mecánico no, pero aquí al lado hay una gomería y el pibe algo entiende.
Fuimos a buscar al gomero que abrió el capó, se sumergió adentro y empezó a desarmar. No teníamos idea qué desarmaba, pero él a cada rato se asomaba y nos sonreía, como para tranquilizarnos.
- Estoy probando - nos decía contentísimo, como chico con juguete nuevo. Anocheció y él seguía desarmando.
- ¿No te encanta? - dijo María Teresa - es amoroso.
Miré el motor que ya se acumulaba en infinidad de minúsculas piezas sobre el guardabarro izquierdo. No quería ponerla nerviosa, después de todo era su auto.
Y ella algo adivinó, porque me dijo:
- Andá al bar, así te distraés un poco.
Obedecí y me acodé melancólicamente en el mostrador, resignada a pasar el resto de mis días jugando a las bochas en Chelforó. Por el vidrio sucio de una ventana se filtraba el último resplandor del desierto.

De la novela inédita Nadie baila el tango



Luisa Peluffo nació en Buenos Aires. Se radicó en San Carlos de Bariloche, en 1977. En 1988 obtuvo la beca Creación en Narrativa otorgada por el Fondo Nacional de las Artes.

Obra editada: 2005: Me voy a vivir al sur (Manual de instrucciones) Editorial De los cuatro vientos, Bs. As. 2001: Un color inexistente (poemas) Ediciones Torremozas, Madrid. 1993: La doble vida (novela) Editorial Atlántida, Bs. As. 1991: La otra orilla (poemas) Ediciones Último Reino, Bs. As. 1989: Todo eso oyes (novela) Emecé Ediciones, Bs. As. 1989: Conspiraciones (cuentos) Coedición Eudeba/ Fondo Editorial Rionegrino, Viedma, Río Negro. 1983: Materia de revelaciones (poemas) Ediciones Botella al Mar, Bs. As. 1976: Materia Viva (poemas) Editorial Schapire, Bs. As.

Su obra mereció las siguientes distinciones: 2007: Premio Único a Novela Inédita en el Concurso bienal de Literatura del Ministerio de Cultura del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, por la novela Nadie baila el tango. 2006: 3º Premio del Instituto Nacional del Teatro a la obra Si canta un gallo. 2001: Premio "Carmen Conde" de Poesía, en España, por el libro Un color inexistente. 1999: 1º Premio a la Producción Literaria de la Secretaría de Cultura de la Nación (Región Patagónica) por la novela La doble vida. 1989: Premio Emecé 88/89 por la novela Todo eso oyes. 1988: Primer Premio Fondo Nacional de las Artes, por el libro de poemas La otra orilla.

Escritores que la marcaron:
Clarice Lispector, Flannery O’Connor, Sara Gallardo, Felisberto Hernández, Fernando Pessoa, San Juan de la Cruz

3 comentarios:

La Moro dijo...

Luego de leer a Peluffo (escritora de quién no tenía noticias) no me sorprendió encontrar en su catálogo de influencias ni a Lispector ni a Pessoa. De hecho, mientras avanzaba en la lectura del fragmento muchos puntos en el estilo me recordaron a la brasileña (o ucraniano-brasileña, como prefieran) –como la construcción progresiva de la imagen de mujer engañada, débil y vapuleada que lentamente se va conformando a sí misma, en el encuentro con otras mujeres, en un sujeto de valor, a contramano de una sociedad que pretende asignarle un rol estanco; o el acercamiento merced a ese encuentro con otras, a la esfera de lo artístico como posible vía de redefinición de su propia identidad- o el subjetivismo, la eterna desilusión y el ansia del destierro tan característicos del Álvaro de Campos en el que Pessoa se desdobló en algún tiempo. Por una cuestión de preferencias personales, me agrada que Peluffo no retarde la narración en el detalle de la descripción del objeto sino en la interiorización de la anécdota del sujeto, de esa manera el relato se vuelve pintoresco y oscuro al mismo tiempo (imposible dejar de lado la extraña sensación que me genera como lectora primeriza el choque entre el diminutivo del personaje masculino y su esencia tan violenta y despreciativa); hay un descreimiento de los valores de verdad de un mundo (construido con voces) que privilegia la situación del varón y me genera curiosidad saber si finalmente la protagonista optará por discutir y aniquilar esos valores –cosa que dudo- o si finalmente buscará una vía de escape de ese mundo hacia un espacio –posiblemente interior, más allá de los viajes- que le permita desarrollar y poner tímidamente en escena este nuevo ser que construye desde las cenizas de sí misma. Otro nombre para agendar como lectura de verano, gracias por difundirlo!

Anónimo dijo...

Che, Moro: ¡qué verano largo que tenés, parece que te llevás toda la biblioteca patagónica! Cosa que está muy bien pues la patgonia es muy extensa...
Mariana

La Moro dijo...

Mariana, ¡ojalá mis veranos fueran largos! No lo son, de hecho, pero me gusta imaginar que sí. Por eso cargo como equipaje toooooooooodo lo que me ha gustado a lo largo del año y que mi ritmo laboral y académico no me dejan disfrutar con calma... Espero poder hacerlo!