lunes, 20 de octubre de 2008

Goijman Roberto



El país de Pedro
(Del libro “Días de fuego”, 2008)



III – Los dioses acompañan


Como será este sonar de vidrios abiertos
de mares de olas rompientes
extremos de cualquier nostalgia.
Como plásticos inservibles al viento se retuercen
como sapos saltan como anzuelos agarran
mientras todos se sacuden el llanto de la otra vida
la alfombra bordeada en crepúsculos.
Sinceras gotas que acalambran la lluvia de los truenos.
Uno sigue estando en una cáscara de nuez
no sólo los barquitos de la conquista
se arman y dibujan con ellos
no sólo de papel se hacen pequeños barquitos
que navegan al costado de los cordones de la vereda
en los días de lluvia.
Un barco es un sin sabor debajo de cualquier tormenta.
En los pesqueros hablan sin temor al Caleuche
del paso sin regreso de una vida a la otra.
Habría que poner más barandas, agarrarse de este puente
hilo sostén entre agujas de acupuntura.
Sin embargo
la aspereza de la garganta desierta acompaña
y la otra, la terrible mano derecha las delimita
(la mano izquierda no responde).
Es un viaje, movimiento de estallido incompleto
de corazón envuelto entre tinieblas.


VIII – Paráfrasis celular

El Río de La Plata unifica dos costas, las mismas
que el vapor De la Carrera.
Siempre uno miraba la luna, todavía Patagonia no existía
ella no correspondía y sus lagos eran remotos
y los galeses aislados cantaban sus himnos y leían sus poemas.
Golda Meir hablaba del jardín del Edén
eran tiempos en que los hombres creían en los dioses
del Olimpo y alumbraban con estiércol los faroles de la noche
y los caminos se llenaban de luces malas.
Quién cruzara el cementerio moriría en su intento.
No hay fantasma que se atreva al de los muertos.
Y ahí, vos, siempre hablando de repiquetear al tiempo.
Pero ahora, a décimas de segundo del alicaído instante
me pregunto nuevamente, uno hace su vida
uno arma los años de la constancia, del crecimiento huesal
de la pelvis inmadura antes que trabe la altura
la misma que mirará atrás cuando se angosten los dedos.



XI – En busca del pasado


Guarda con los pinches, hay avispas zumbando.
Debajo está el verde y algo se mueve
en pequeñas piedras blancas cortadas
pedregullo al paso.
Descalzos van tus pies que aprietan la base
pellizcan la sonoridad de unos azulejos
el amarillo circunscrito del miedo.
¿Donde estás Josué?
¡Oh Natán!
Alguien sabe de las «diez» tribus andantes.
¡Oh Jonás!
Por donde caminan los libros
los vientos sortean palmeras y coros
atrás las telas envolviendo lo fresco, pero mira tus pies
mira como sangran.
La piel se abre del útero y en temblor se sostiene.
Ella se aferra con las manos atadas y muerde muy fuerte.
Estremece el brillo del filo, nace de par a la muerte.



XIII – Crujido en el mar Negro

Uno en vida puede desdeñar los contornos
procrear gaviotas húmedas en vuelo.
Sólo es Papa aquél que domina la intemperie
y el corazón del Potemkin naufragando en Octubre.
Los alrededores no mezclan la sangre de la cubierta
con la grasa y el aceite de los desvalijados de Odessa
manchados en su blanco
sobre el crujido asueto del mar Negro cerca de Constantza.

No es cierto que la vizcacha haga posible su pozo y entierro.
No, no es cierto que mis yemas salpiquen lo que no deben
sólo orientan lenguas confundidas en su hablar.
Ahora si me pellizco, me muerdo la nostalgia y las uñas
una hija se muerde los dedos, la otra
los nonatos pies de los posibles venideros.

Hasta siempre acostumbro a decir. Hasta siempre
generalmente.

XVI – La tozudez es áspera

No hay identidad sujeta a dos palos con marca de caída.
Ahí viene el movimiento terrenal afirmando la palabra.
Tres con una sola botella de agua
cuatro y la botella de agua sostiene el ritmo a ocho pasos.
Pasan y en suma
debajo de cualquier hecho se pierde el cadáver y la cruz.
El caballo herido de costado a su carga
y vos viendo el número que abastece
la constelación.

Los ojos arden
pesan de tanto en tanto
la tozudez es áspera como lengua de gato.
Uno maldice detrás del cloroformo
como mancha el cuerpo embalsamado
sólo sirven los hacedores
los cueros blancos tirados al pie del callejón.

La voz se cuela donde se acumulan los pesares
en la huella se afirma antes del sonido.
Sinceramente
las palabras calan al tiempo
lo que el tiempo cala a las palabras.
Punto y coma en la escritura, sólo falta poner el acento.

Los pesares descansan en la nieve.
Que descansen los cuerpos en la cumbre.
Siempre.



Roberto Goijman

Nació en la ciudad de Buenos Aires. Poeta, periodista cultural, editor, antólogo, compilador, organizador y coordinador de Talleres y Encuentros Literarios.
Dirige el sello Ediciones Patagonia y es director de la revista literaria Patagonia / Poesía -La yema del cráneo y el ojo-.
En el 2005, junto a Juano Villafañe, coordinó el llamamiento de los intelectuales, artistas y escritores argentinos contra la visita de Bush a Buenos Aires.
Disertó en destacados eventos y universidades de Argentina, Chile y México sobre Poesía, estética e ideología; Patagonia, poesía e identidad; Del Genocidio y la Patagonia trágica a Luis Franco; Sobre la problemática de las letras patagónicas; Patagonia - la generación poética de los 90; 1956/ 2006 - Cincuenta años en la Poesía Social Argentina.
Ensayos: La generación poética de los `60; El poeta Luis Franco.
Compilaciones: Poesía Social Argentina: País de Vientre Abierto (2005); Legado de Poetas, - junto con Diego Mare (2006); Poetas & Putas, con selección fotos de época (2008).
Plaquetas: Cuando el tatuaje les marco el alma (1998), Metzica; novena sinfonía (2008)
Libros: La vereda rota (1996). / Humo Petrificado (2000). / Hospital Fernández y otros acontecimientos (2002). / Un vapor que navega (2004). / Historias al pie de una casa (2005). / Sobre flacas y de flacos (2006). / A cuenta de futuras deudas (2006). / Días de fuego –El país de Pedro– en conjunto con V. Zito Lema, Martha Goldin y Elena Cabreras (2008).



Poetas: Debrik Ancudovich, Washington Berón, Julio (Mochi) Leite, Pavel Oyarzún (Pta Arenas), Juan Carlos Moisés, Mauricio Robles, Soledad Davies y hay más.
Recomiendo a: Manuel Del Cabral, (Santo Domingo, 1907-1999); Luis Franco (Argentina, 1898-1988), dos grandes de la literatura universal

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