martes, 11 de agosto de 2009

Grandoso Ana



Colgada de mi cuello

De azul vestías el día que huyendo de tu vida te chocaste con la mía.

Y cómo huías, con qué fuerza.

Un día, cualquiera, pusiste en escena aquello de perder las llaves de tu departamento alquilado.

Las llaves, dónde están las llaves. Febril y reiterativa tarea de hurgar en todos los bolsillos, repasar cada uno varias veces.

Me agotaba de sólo contemplar displicente por no explotar en un grito y basta. En cambio, preguntar hasta cansarme ¿nadie tiene una copia de las malditas llaves?.

Ahora sé qué tipo de vivienda tenías en tu inconsciente, la misma, idéntica a las que se compraron, con el tiempo, tus hermanas,

Fue por eso que te chocaste con mi vida, porque habías corrido tanto dejando atrás tu propia vida que ya no podías seguir un metro más en ese vacío, sin identidad ni proyecto, como un robot ir a tal lado, a tal hora, llenar formularios, pagar cuentas.

Nunca aceptaste trabajar con horario fijo y encerrada entre cuatro paredes. El trabajo debía estar camuflado por unos cuantos cafecitos, cigarrillo en alto, en confiterías cálidas, cercanas a la editorial. Para ir de un lado a otro, siempre en taxi, a veces se justificaba por lo que había que trasladar para hacer esas fotos, aquí y allá.

Acomodar el trabajo, contratado, a la vida que se cree desear era un lujo, aún en aquellos años que tan dorados pueden recordarse ahora.

Te consta que trabajaba más horas cada mes y también traía más plata, cada mes.

Poco a poco fuiste administrando mis gastos, mis salidas, la calidad de mi ropa.

Buscaste, provocaste el choque con mi vida.

Debo decir que sé hasta qué grado te impresioné. Parece que era tal como habías imaginado desde la ensoñación del príncipe azul en adelante. Lo cual es decir mucho. No lo percibí entonces.

Pero de nada me hubiera servido. Tu decisión estaba tomada y quedé congelado en el clisé “mucha pinta y no la utiliza, buenazo”.

Me encontraste para colgarte de mi cuello y vivir allí, agazapada en el hueco de mi cuello, oliéndome la nuez y analizando por qué sube y baja y también el ritmo de mi respiración.

Te dejé que vivieras mi vida. ¿O que la diseñaras?.

Te dejé porque ilusionaba que nuestras ilusas coincidencias estaban bien cosidas, ¿con costura francesa?. Hoy diría que sólo hilvanadas.

La verdad es que nunca me puse a pensar en la costura, ni siquiera en si era útil que existiera.

Después de todo por algo será que chocamos. Así discutíamos, vos acomodada en mi cuello y yo haciendo todo lo demás. Discutíamos qué clase de vida llevaba, cuánto ganaba y por qué no más, cuál era mi estatura moral frente a mis compromisos laborales, por qué me obsesionaba con mi panza pero no hacía nada para reducirla.

Me preguntaba, cada vez que me bañaba, cómo hacer para enjabonarme esa parte del cuello siempre ocupada pero no me animaba a decírtelo. Hasta que tuve un impulso independiente y te arrojé con la espuma del jabón por el agujero de la bañera.



Patagones querido


La víspera del 28 de septiembre de 2004 los habitantes del pueblo de Patagones tuvieron una pesadilla, soñaron con la muerte, violenta, injusta.
La mañana de ese día se anoticiaban y no lo podían creer. Porque era demasiado. Está en la naturaleza humana negar lo que no se puede comprender.
El primer razonamiento defensivo que bloqueó las cabezas ante el horror (me estoy refiriendo a los tres adolescentes muertos y cinco heridos por parte de otro adolescente) fue “cómo pudo pasar en un pueblo tan tranquilo donde nos conocemos todos”. “Es inconcebible”, decían.
El segundo razonamiento defensivo, aunque saludable en un primer momento, que aglutinó también al pueblo al otro lado del río, fue “no permitamos el sensacionalismo de los medios de comunicación de Buenos Aires, controlemos lo que se dice, o se repite”, decían.
El tercer razonamiento, también defensivo, se abrió en varios otros buscando a quien cargar con la culpa: a la institución donde trabajaba el padre de Junior, la Prefectura, al padre en particular y a su hobby, practicar en el Tiro Federal, al ejemplo que habría brindado a su hijo, a los docentes.
Y la discriminación que podría haber sufrido Junior del entorno, tal vez por su vestimenta, siempre de negro, sus gustos musicales, sus pocas compañías, ¿colaboraron para que matara?
“En Bowling for Columbine (la película basada en un hecho similar en Estados Unidos), uno de los alumnos autores del desastre manifiesta que lo hicieron ‘para que escuchen a los chicos que se quejan porque otros los molestan’” (1).
Volviendo al hecho de aquí, la culpa cayó sobre los docentes de la escuela donde ocurrió, porque no actuaron. Aún se espera el fallo del sumario a siete docentes de la escuela por “responsabilidad institucional”.
¿Los docentes habrán pensado que pedirles semejante arrojo es inconcebible?
Lentamente algunos empezaron a cargarle la responsabilidad a la sociedad toda. ¿Cuántos creen íntimamente que todos somos responsables?, ¿cuántos creen íntimamente que todos somos responsables pero no en el mismo grado?
¿Cuántos se sentían molestos cuando veían marchar a los padres de los chicos asesinados cada 28 con un puñado de cincuenta personas? Y les decían: “¿Qué andan haciendo, otra vez empezó el show?”. Varios periodistas locales consultados coincidieron: “El caso está cerrado” (2).
El periodista capitalino que fue enviado unos días antes del primer aniversario de la tragedia, da por finalizada la jornada, agotadora de entrevistas, algunas harto complicadas para conseguir. Había ocupado un taxi toda la mañana para transitar por un pueblo igual a tantos otros de la provincia de Buenos Aires, ya que había recorrido las cercanías de la escuela del hecho, la comisaría, el hospital y las viviendas de los testigos.
Al pasar frente a la plaza de la catedral de las torres blancas, le dijo al taxista que allí se bajaba.
Ya en una esquina de la plaza sacó la pequeña cámara para tomar la vista del río y de Viedma con sus verdes sauces tempraneros. Se volvió para mirar la iglesia, descubrió la municipalidad y recordó que no había entrevistado a ningún funcionario. Lo descartó de inmediato al pensar que lo políticamente correcto que le diría un miembro del gobierno se lo sabe de memoria cualquier lector de diarios o consumidor de noticias por televisión.
Bajó por una de las calles con veredas en escaleras. Dudó entre hacer un recorrido por el llamado “casco histórico” en los folletos y una visita al museo. Optó por el museo. Acepto la visita guiada, era casi mediodía.
Sobre una mesa había una carpeta con reproducciones del pintor Alcides Biagetti.* Le asombró el cuadro repetido, casi obsesivo, a medida que pasaba y pasaba las pinturas, las asoció con pueblos europeos colgados de algún monte y las luces, algunas de siestas, a veces nubladas, ocres. Tapias, paredones sin revoques, patios que se adivinan detrás de los muros plenos de limoneros y gallinas que, a veces, cruzarían la calle, hacia abajo o hacia arriba, nunca en línea recta, o quizás algún niño, perro o gato ausentes en estos cuadros, silenciosos, como dormidos.
Otros teñidos de atardeceres rojizos, anaranjados. Literalmente un relevamiento pictórico, palmo a palmo, de las casas que se aferran a la barda. Se volvió hacia el empleado del museo que aguardaba en silencio, a prudente distancia, como esperando alguna pregunta, y le dijo si aún quedaba algún sector del pueblo donde se pudiera encontrar algo semejante a las pinturas.
Una señora estaba esperando para entregar algo al empleado mientras el periodista hablaba.
El encargado del museo parecía desconcertado, miró al piso. Entonces tomó la palabra la señora, dijo: Dos cuadras más arriba hay una calle que se llama Olivera, caminando hacia el norte, unas tres cuadras, en la única todavía sin asfalto y sobre la zona más alta de la barda hay un lugar que trae un aire, un ramalazo de ese Patagones, pero no se sabe por cuánto tiempo porque hace dos o tres años colgaron carteles de inmobiliarias de Viedma y ya están construyendo, reciclando una casa antigua en lo más alto de la barda.
Y siguió: Desde aquí, subiendo una cuadra, está la calle Mitre, el cruzar Bynon cambia de nombre, luego desaparece. Tampoco ésta tiene asfalto, es un pasaje entre los fondos de los patios de las viejas casas de arriba (calle Paraguay), de un paredón altísimo, asentado sobre la roca mora, se asoman enormes dunas que se le vienen a uno encima, al otro lado, tapias de las casas (los frentes en la calle Roca) que invitan a asomarse, cuatro metros abajo y descubrir un universo de habitaciones, dependencias, galpones cerrados y patios abandonados por cien años. Este pasadizo tiene un aire, ese aire. Se llama Alcides Biagetti. ¿Es una paradoja o fue intencional ponerle ese nombre?
A mí, de cualquier modo, me parece el nombre certero para el pasaje. Saludó y se fue.
El periodista decidió ir a almorzar al hotel y luego volver a la calle Olivera y al pasaje Biagetti, a la hora de la siesta.
A un año del hecho seguía imbatible el primer razonamiento defensivo: es inconcebible, decían, dicen.
“Lo que pasó no es de acá. Es algo que vino de afuera. No hay que olvidarse que el padre de Junior era correntino, no nació en Patagones”,dijo un vecino.”Su opinión expresa lo que muchos repiten o callan”. (3)
¿Sabrá el autor de este emblemático párrafo quiénes fueron o de qué “madera” estaban hechos los primeros pobladores de Patagones, o los que llegaron en 1782? Cualquiera, no los próceres de la Gesta del 7 de Marzo, ¿o cien años después en 1927?, ¿o en 1956? ¿o después del anuncio de Alfonsín?, ¿o el año en que vinieron del gran Buenos Aires los padres de uno de los chicos heridos porque suponían que Patagones era un lugar tranquilo?
El abuelo del joven que apuñaló al comerciante de Patagones, venía de Italia?, o de Rusia, Alemania, España? ¿De qué horror colectivo escapaba? ¿Sabrá el vecino quiénes fueron sus bisabuelos, de dónde vinieron?, ¿cuáles ejemplos de vida legaron a sus abuelos y padres?
“Mire, a veces deseamos tanto el progreso... ¡y por eso perdemos a la vez tantas cosas! Nos olvidamos de nuestra historia, que es el cordón umbilical que nos une a nuestras raíces.
A veces lamento que venga tanta gente de afuera -eso ocurre más que nada en Viedma- y nos perdemos en el tumulto. Perdemos eso que todos necesitamos en la vida: saber de dónde venimos”. (Emma Nozzi, reportaje por Pedro Pessatti, n.de.a:E Nozzi murió en 1999, precursora y directora del Museo Histórico Regional de Carmen de Patagones hasta su muerte).
Todo el país es de “afuera”, inmigrante, menos los aborígenes que perdieron “su lugar, sus raíces, su historia, su cordón umbilical”, a manos de los de afuera. Y ellos también huyeron de otros, usurparon tierras ocupadas (araucanos, mapuches, tehuelches).
Vivimos repitiendo mentiras que, a su vez contienen otras mentiras como las muñecas rusas (mamushkas).
Es inconcebible, vino de afuera, ya pasó, el caso está cerrado.
El primer razonamiento defensivo sigue incólume.


Hoy parece ingenuo pretender frenar o controlar la embestida de los medios de comunicación de Buenos Aires cuando quieren hacer “la nota”. La hicieron hace un año, por tv, radio y prensa y cuando se cumplió el primer año de “las heridas abiertas de Patagones” como tituló el diario Página /12 del 25/9/05.

Del tercer razonamiento fue desgranando una actitud reflexiva, un proceso que ha llevado a una parte de los habitantes de los pueblos de ambas orillas a la conclusión de que el hecho tan desmesurado, aterrador, es producto de la sociedad toda. ¿Cuántos íntimamente piensan así?
¿No es incongruente lamentarse de que venga gente de afuera en este país, en esta Patagonia, tierra de inmigrantes como pocas?
Es probable que Emma Nozzi se haya referido a la inmigración que vino a Viedma luego de la provincialización y que se benefició con leyes promulgadas con ese fin.
La identidad suma, se enriquece y se alcanza en la inclusión, por dolorosa, difícil y prolongada en el tiempo que resulte.
Los “de afuera” entran en nuestras casas pero no por la puerta sino por el aire, por la televisión y por internet y esto se tolera como inevitable.
Patagones no es una aldea de un cantón suizo del siglo XIX aunque Biagetti ya la pintó, para siempre, como si fuera.


(1),(2),(3) diario Página /12 del 25/09/05
* Alcides Biagetti, pintor autodidacta, plasmó un Patagones “casi colonial”. La Escuela de Arte lleva su nombre.


Ana Grandoso – Carmen de Patagones

Nací en Patagones. Me fui y volví, la última vez en 1979, para quedarme.
Antes de tomarme más en serio lo de escribir, hice otras cosas como tener hijos, militar en un partido de izquierda, en un sindicato, también hice teatro y colaboré en un par de cortometrajes.
Agradezco a las personas que me acercaron a la literatura y el cine en mi adolescencia.
La lectura y el arte en sus manifestaciones son imprescindibles para quien intenta escribir.

1 comentario:

Carlos Espinosa dijo...

Lo de Ana es impecable. El relato va retardando la resolución en cuotas bien administradas. El ensayo sobre la tragedia de la escuela es, me parece, lo mejor que se escribió acerca del triste caso en todo el país.