miércoles, 2 de diciembre de 2009

Póstumos- Juan Benigar










CREENCIAS ARAUCANAS

El araucano no desconoce del todo una divinidad suprema o por lo menos elevadísimo, que supone creadora del mundo de su concepción, bastante infantil y del hombre con todas sus virtudes y flaquezas. Es ésta, en el occidente (Chile) azul y negra o azul y blanca y, entre los pampeanos propios argentinos, blanca y alazana. Así, doble ya, es además cuaternaria, como lo son todos los dioses grandes y pequeños; de modo que al fin resultaría octonaria, aunque es inútil, en busca (le luces, insistir acerca del asunto en el indio. No nos aclarará el secreto, cuya llave creo que no guarda y todo - acerca de la esencia de aquella. magna divinidad- debe deducirse de sus rogativas. En éstas, la invoca en el primer lugar como el cuaternario, rey de arriba o del cielo.
Todo cuaternario divino es doblemente macho y doblemente hembra: el viejo o padre; la vieja o madre; el joven o hijo; y la joven o hija. Las "llamadas" suelen también abreviarse, restringiéndose al viejo y la vieja.
Pudiera suponerse que la divinidad suprema no sea más que un remedo del dios cristiano convertido de trino en cuaternario, quizá -por la añadidura de la virgen, la madre del Salvador. Algún apoyo encontraría esta interpretación en el hecho de que aquella divinidad, a menudo, suele invocarse con el título de rey, artificialmente en riy. Sin embargo -creo que esto significaría, extremar artificialmente las cosas, -Porque si el título es, sin duda, incierto cristiano, no pasa de ser sin simple accidente, como hay otros más en su complicado ceremonial. Después el binario y el cuaternario, son creaciones, netamente americanas o quizá-, pacíficas y, como tales, entran en el - patrimonio de la mayoría de, los Pueblos americanos. De ahí y no de otra cosa, lo sagrado del número cuatro v del número dos, que, en menor intensidad, se extiende o. todos los números pares, considerados de buen agüero y de favorable influencia, en oposición a los fatídicos impares. Ya que en esto estamos, añadiré que entre los números mayores, participan de particular estima la docena y las cuatro docenas. Concepciones aparentemente opuestas a las judías, ternario, septenarias, que aceptara la cristiandad esclava judía.
Volviendo a retomar el hilo, diré que la idea del Hacedor del mundo, se trasluce con toda claridad en el Pachacamac quichua, sin duda antecolombiano, lo que es muy significativo dado el estrecho parentesco de ambos cuerpos de creencias. Para mayor abundancia señalaré que aquella idea encuadra a perfección en la concepción araucana de los mundos sutiles que estarían constituidos del mismo modo, como lo está este mundo tangible. Hay allá, entre las divinidades simples, mocetones, capitanejos, capitanes, cabecillas y, así adelante, señores de rango cada vez superior.
 
 
No he podido establecer a ciencia cierta si el supremo dios maligno está relacionado con el octonario en sus faces negra y alazana, respectivamente. Es probable, porque con tal identificación, quedaría resuelto el acertijo del doble cuaternario, pero sin pruebas directas no puedo afirmarlo. Pudiera dar esto, otra vez, lugar a conjeturas cristianizantes. relacionadas con el infierno. Las rechazo indicando lo que Falkner aprendiera de los patagones, apenas si tocados por el olor del cristianismo.
Es la divinidad maligna, dueña suprema de los dioses malos y de los brujos. Estos últimos, en noches de niebla, concurren a reunirse en cuevas de su reino subterráneo, con el fin de sus funestas diversiones y conciliábulos. Ahí juegan, entre ellos, las almas de sus deudos, quedando con la pérdida, sellada la muerte de éstos.
Hay sin embargo, en muchos individuos, innegables influencias cristianas,
Así un indio viejo de Mulchén, en Chile, porfiábame en una rogativa, que hay un solo dios, porque así lo enseñan "los padres", esto es, los religiosos. Cuando le reprendiera que despreciaba a los dioses de sus mayores, confundióse y concedió que sí, que hay muchos dioses, pero un solo dios principal. Así se encontrarán otras contradicciones, como las de una joven que me afirmara primeramente que hay un solo dios, para contradecirse luego diciendo que los indios tienen su dios, aparte del dios de los cristianos. Ya mayor, por fin, invocaba en sus rogativas, a la acostumbrada más o menos larga lista de divinidades.
Alimentándose oportunamente la divinidad con cuatro docenas de granos de granizo - vaya a interpretar uno la idea cubierta con el velo de esta figura – recorre recorre velozmente las cuatro partes del mundo, melig mayew mapu, como dicen, que responden punto por punto al Tahuanti suyu quichua.
Sin su permiso, los brujos, ayudados por las ínfimas divinidades malignas, no pueden causarnos daño. Sin su permiso no podemos mover ni siquiera el dedo meñique, como lo dicen con palpable y envidiable precisión.
El dios supremo está rodeado por una corte de divinidades menores, que son obedientes mandaderos y usa como instrumentos dóciles un sinnúmero de divinidades de orden ínfimo, en su gran parte detestabas, que serían inferiores al mismo hombre si no fuese por sus poderes de difícil contrarrestación. Los dioses araucanos de rangos medios están reflejados admirablemente en el esbozo del gran templo cuzqueño que nos dejara Yamqui Pachacut¡, respondiendo a indicaciones superiores encaminadas a salvaguardar la antigua riqueza espiritual americana, para el bien de las generaciones futuras.
Después de la divinidad suprema, y sólo después de ella, el araucano invoca el cuaternario solar. Responde esto al lugar secundario que en la plancha del Yamqui Pachacuti ocupa el sol. Con ser así, no basta aquel documento de primera mano para anular la, fábula del culto solar, que ve en el sol la divinidad principal de muchos pueblos y particularmente, de los americanos. Con palabras untuosas de falsa piedad frente a nuestro astro dominante, ponderan los fraguadores y pulidores de aquella fábula el sabio acierto del indio en la adoración de quien da toda la vida a nuestra tierra. Cual si su artificial especulación materialista pudiera reemplazar la fe sencilla y sin cera, por ingenua que ella sea, en el espíritu solar. ¡Ah! ¡Cómo hastían y aburren esos héroes de escritorios lujosos!
Dicen los indios que el sol es un simple mandadero del dios supremo. No están siquiera concordes en considerarlo 'benigno. Más bien lo temen porque dicen que dios lo usa para castigar al hombre haciéndolo acercarse a la tierra para provocar con su calor enormes daños. También dicen que "se hartó de comer crudo" - entendiendo a hombres que aniquilara- cuando en los amaneceres cargados de brumas, sale todavía teñido con la sangre de sus víctimas. El respeto y el temor van a veces más lejos, hasta desaconsejar el pronunciamiento de su nombre. Para corroborar sus aprensiones al respecto, informáronme algunos indios pampas que los tehuelches evitan en lo posible indicarlo con éste, llamándolo más bien "el corazón bueno". De paso menciono que, según Herodoto, los antiguos libios de tierra adentro, echaban maldiciones al sol desde que salía. También llamo la atención sobre el hecho de que en algunas interpretaciones orientales el sol es considerado como el corazón de la entidad a que pertenece nuestra tierra.
La fábula de un culto aborigen basado en la adoración del sol, que por su parte responde a hechos innegables -, adquirió cuerpo con la coincidencia de algunas fiestas indígenas con los puntos marcantes en las posiciones relativas de la tierra y de nuestro astro diurno.
 
Más sustancia le dio alguna denominación de las mismas relacionada con el sol, como el intip raymi peruano, denominación ésta cuyo fondo es aún muy oscuro, tan oscuro que algún conjeturista no titubeará en buscar su aclaración en lenguas extrañas al continente americano, como por ejemplo, en la antigua lengua egipcia. Lo cierto es, aunque aquí no cabe su argumentación, que por lo menos algunas de las fiestas solsticiales se relacionan con la constelación de las Cabrillas, -cuyas apariciones y desapariciones coinciden notablemente con los solsticios solares. Su aparición anual en el oriente señalaba el comienzo del año nuevo en vastas extensiones americanas y pacíficas. Este hecho da un sentido al nombre thipantu, salida, que en araucano equivale a nuestro año, vocablo que en un escrito anterior no pude interpretar por haber carecido de los conocimientos que poseo ahora.
Aquellas coincidencias de dos grupos de hechos siderales son la causa de que la conjetura reine sin contradicción de ninguna parte. Pero cuando todos los hechos de las creencias americanas relacionadas con el sol y las estrellas sean mejor conocidos, provocarán una amplísima revisión de la interpretación infantilmente ingenua que los eruditos doctores dan de las religiones del mundo antiguo eurasiafricano. Pero debe - constar el hecho de que la primera noticia clara v razonada para adelantar nuestro conocimiento en el sentido indicado, se debe a nuestro indio araucano.
Después del sol, invocase al lucero matutino y a veces al astro guía de la noche. Aquél lleva un nombre (Unelfe) de doble significado, que tanto quiere decir "el traedor de la aurora" como el bochinchero" o iniciador de las discordias. Que como a tal lo consideran, diciendo que anda en tierras lejanas provocando guerras, en las temporadas en que no hay lucero, como sucedió, no recuerdo bien si en 1924 o en 1925.
Apenas son dables concordancias más claras como las antiguas concepciones del planeta Marte.
Invócase luego el Alba, la Aurora y el Arco Iris, o con más exactitud como en todos estos casos, sus señores cuaternarios. Es imprudencia señalar con los dedos el arco celeste.
Pasan luego a nombrarse en las rogativas las sendas cuatro docenas de los señores, representados por los pájaros sagrados. Son éstos: el águila pequeña de pecho blanco llamada ñancu, un gavilán y un halcón, aunque hay también otros pájaros y animales que se imponen al respeto del indio por sus poderes benéficos o maléficos.
El águila ñancu es el ave agorera de más importancia en la vida cotidiana del indio. Está continuamente a su servicio dándole indicaciones útiles que son obedecidas con piadoso acatamiento. Y no estará demás advertir que el ñancu sacó de sus casillas a más de un poblador blanco que no puede ser precisamente tildado de ignorante o bruto. Algunos caerán por la debilidad de sus almas amantes de poderes ocultos; otros se rinden a la experiencia tenazmente observada que enseña muchas cosas ridículas para el hombre blanco medio.
Siguen en las rogativas las invocaciones a los se ores de los principales cerros de la extensa patria araucana, de los arroyos, ríos y otros accidentes geográficos. Cada uno menudea en sus invocaciones, de acuerdo con el fin de la rogativa y con sus conocimientos personales, disculpándose de las omisiones debidas a su ignorancia, que por lo demás, nunca podrá satisfacer a todas las divinidades que, según dicen, nadie pudiera enumerar, por lo tantas que son.
Cada objeto en la naturaleza tiene su "dueño" y la prudencia impone pedirles permiso antes de hacer uso del mismo. Sin este permiso nadie juntará la algarroba que necesite, porque no dejará de sobrevenir algún obstáculo que se lo impida. Sin propiciarse anticipadamente la benevolencia de sus "dueños", es peligroso ponerse a vadear un río. Yendo de viaje se expone a las más variadas desgracias quien pasa al lado de alguna peña o árbol donde se acostumbra implorar la benignidad de sus dueños, ofreciéndoles aunque fuera un - polvo de yerba o una hilacha del poncho roto. Con todo se satisfacen los dioses, aunque hay algunos, malos, que se niegan a aceptar dádivas. Porque "no están solos" es peligroso agarrar o guardar ciertos animales o piedras. Para quien sabe sentirlos debidamente, serán fuentes de bienestar, pero al menor descuido sus "dueños" vuélvanse contra el poseedor, acarreándole males sin fin a él y a su por familia.
Particular respeto y temor sienten los indios hacia los bólidos. Uno de ellos dice que dio el poderío a Calfucurá. No se atreven a mirarlos sino de soslayo y no es prudente llamarlos por su nombre de Cheruve o Che wor pu we. En cambio , se solazan al oírse llamados millalonco o cabeza de oro. Cuando pasan salúdenlos con chivateos, tapando y destapando la boca con la mano, alternativamente.
No testimonia mucho acierto llamar a estas cosas culto de árboles o de piedra. Tampoco responde a los hechos que la base de las creencias araucanas fuera el culto de los muertes. A éstos se teme y respeta, por eso se cuida de su bienestar con dádivas oportunas. A veces también se implora su ayuda, particularmente si eran personas sabias y prestigiosas.
Advirtiendo que en esta exposición trabajo principalmente con lo obser vado entre los indios pampeanos, diré que que no he oído nunca invocar a la luna aun cuando ambas son divinidades. La luna rige la procreación y nos provee de prole. También hace crecer a los niños, sin entrar en otras menudencias. Hechos éstos que ignoran y hasta niega nuestra medicina oficial. La tierra es nuestra madre.
Y no puedo rendir mejor homenaje a la vieja y sabia india mendocina Zoila Castillo, mi amiga fallecida pocos ha, que asentar aquí sus sabias palabras relacionadas con el asunto. Estuvimos hablando de la inferioridad actual de estos campos, esquilmados hasta más no poder, en contraste con su antigua riqueza, confirmada por todos los conocedores. Concluyó ella la conversación como sigue: "Dicen que se han vuelto malos los campos. Malos o se se han vuelto los que así hablan. ¿ Cómo podrá volverse mala la tierra que es nuestra madre? ¿Cómo puede ser mala una madre con sus hijos?".
No se crea con esto agotado el asunto. Aquí no puedo hacer más que señalar lo más importante para la comprensión del indio. Por la misma razón, prescindo de términos araucanos que nada aclararían, y sí embrollarían la exposición.
La explicación del mundo de los dioses no es el fuerte del indio. Cuanto más arriba, más borrosas y menos concordantes son las noticias que nos dan, porque carecen de doctrina fijamente establecida y ordenadamente enseñada. Es una suerte, porque ello los induce a la tolerancia más amplia y al respeto de todas las creencias. De ahí también que se encuentren muchas variantes de región en región y de individuo a individuo, aunque no esenciales. Las más deplorables son las desfiguraciones por los fragmentos cristianos, disonantes con el fondo nativo aunque necesariamente adaptadas a él, como algunas imágenes de la Firquen (Virgen) que ejercen oficios nada concordantes con la santidad de la madre de Dios. Respecto a ésta, díjome otra india vieja: "Dicen que entre los cristianos no hay brujos. Pero tienen la virgen. ¿Y qué otra cosa que brujería es lo que hacen con la virgen?".
A trabajo inútil conduce el empeño de reemplazar creencias antiguas por nuevas de commprensión imposible. Y todo esfuerzo inútil, a la postre, resulta pernicioso. Bien se ve ello en la descarada ¡Propiedad de los indios que, por ser cristianos, no son ni cristianos mediocres ni austeros paganos. Libráronse de un freno y no hay quien pueda ponerles otro.
Los indios disculpan su ignorancia respecto de los dioses por la imposibilidad de saberlo todo. Muestran a un tiempo desagrado por nuestras insistencias irreverentemente curiosas y peligrosas. A veces salen del paso con breves contestaciones evasivas que dicen mucho pero no explican nada. Quizá a ello se deba que aún no esté en claro acerca de los famosos pillanes.
Para conocer sus creencias no hay otro medio que observar y escuchar larga, atenta y pacientemente. Esto no cabe sin el conocimiento pasable de su lengua y sin una cierta convívencia con ellos, en pie de igualdad sentida. Después de lo dicho, no es de extrañar que el indio se preocupe poco de la divinidad suprema. Cognoscible sólo a través de sus obras, está demasiado lejos y demasiado elevado sobre las miserias humanas para molestarla con ellas. Como que en verdad es mucho atrevímiento y además blasfemia e insensata presunción, el querer penetrar y explicitar su inconmensurable esencia con nuestras limitadas mentes. Esto no puede ser permitido; ni a los supremos iniciados que, por sus calidades ultra perfectas, ya traspasan, los límites de lo humano, hundiéndose en lo divino. Tanto más cuidado guarda el indio para sus divinidades menores que la menor negligencia culpable o no hacia ellas, puede ser el origen de muy serios males. Lo mismo que nosotros no molestamos al presidente de la República por el robo de una oveja, sino que para ello recurrimos al primer agente de seguridad pública, al que más a mano encontramos. Con el ojo avizor de observador agudo, el indio, atisba hasta los mínimos sucesos en la naturaleza, y ve en ellos la actividad de innúm,3ras divinidades. Cavila acerca de ellas y con asentada e imperturbable seriedad, comenta los sueños de la noche pasada en que quizás se comunicara con alguno de aquellos potentes señores. Que en los sueños es principalmente donde éstos les dan sus sabias directivas. Propiciase a los dioses con minúsculas ofrendas de lo que tiene; medio adarme de yerba, de carne, de harina, algunas gotitas de bebidas apetecibles, particularmente caía, que dicen que place extraordinariamente a aquellas señores. No es riáis lo que a vuestro dios y a vuestros santos queréis engañar con el humo de velas. Cuando el cristiano menos lo espera, sorprenderá algún ademán o leve murmullo. Siempre está pronto el indio para aplacar la posible ira de les dioses. No es riáis los que para el mismo fin, diez veces al día tenéis lista la señal de la cruz, de poderes ocultos. Como todo hombre ingenuo, el indio arde en deseos de conocer el futuro. ¡Y cómo lo logra a menudo! Es que cada uno de ellos, quien más, quien menos, posee aptitudes, dormidas en el blanco común, para penetrarlo. De ahí que observa con cuidado hasta los más menudos sucesos en la naturaleza, interpretándolos como anuncios de cosas futuras. De ahí que, considerándolos ligados a éstas, todos los días narra y comenta los sueños de la noche anterior buscando, las luces de quienes cree más sabios, cuando sus propias no bastan para darles la certidumbre. Si en ello ocho o nueve veces de diez acierta, eso no puede ser sino un juego de coincidencias, como nuestro siglo descreído llama a tales hechos, creyendo que con esa palabra los explica. El mismo deseo y la aptitud de discernir los medios que llevan a su cumplimiento, dieron origen a los numerosos peu tu we u oráculos naturales, diseminados en toda la extensión del país de los araucanos. Por lo común, éstos no indican más que la proximidad o distancia de la muerte del interesado. Lo curioso es que aquellos oráculos no mienten.
Completan el servicio de sus respectivas necesidades, los machis, personas videntes de los dos sexos y otros adivinos. Todos éstos, anormales en algún sentido: afeminados los hombres, hombrunas las mujeres. Es que la adquisición de los poderes superiores, divinos o diabólicos, hácese únicamente en desmedro de la normalidad espiritual, cuando se ansía prematuramente. De ahí también que ellos son posesión fácil de los anormales desde el nacimiento.
Los asombrosos aciertos de aquellas Personajes interesantes eran interpretados por los misioneros, como provenientes de la intervención del maligno. Lo importante es que no pudieron negarlo ellos, que eran los que más interés tenían en desmentirlos. Nuestros eruditos, menos sabios que aquellos ejemplares varones, atribúyanlos a la pericia embaucadora de lo, que ellos creen sacerdocio aborigen. Los videntes, además de otros curandero,-, de menor saber, también curan enfermedades, particularmente cuando éstas tienen su causa en daños provocados por personas conocedoras de sutiles medios del mundo oculto, que siempre afectan, más o menos profundamente, la integridad del alma. Por eso, la parte más importante de la cura, se dirige derechamente a la raíz del mal corporal, que está en el alma dañada. "Tiene enferma el alma" dicen -. Noción magna, si las hay.
Los modernos ensayos de curas por sugestión, pobres remedos de candidatos y aprendizaje, responden al mismo principio mal aclarado y peor comprendido. Débense a algunas observaciones superficiales en el enorme campo de hechos anímicos. Es cierto que a la sombra de los videntes de buena fe, medran muchos que comercializan sus más o menos potentes cualidades. Como que la hechicería blanca ¡es hermana melliza de la negra o brujería. Pero serán, en todo caso, sólo raras excepciones, las pueriles disculpas de los fracasos, que como pícaras realidades, suponen los que nunca han observado tales hechos. Todo vidente reconoce sin más, que sus poderes no le confieren la omnipotencia y son frecuentes los -casos en los que se niega a intervenir, por conocer la inutilidad de todo ensayo, confesando su impotencia. No es por lo demás, oficio, envidiable el de los videntes. Así como alguno de sus compatriotas los estiman hasta igualarlos con las divinidades, otros los difaman, odian y persiguen, tildándolos, no siempre sin razón, de brujos. Y aun en pequeños círculos, les cuesta acreditarse, por la desconfianza del indio, quien no ignora la posibilidad de una funesta doblez en el empleo de los poderes sutiles. Las brujerías son realidades incontestables y muy frecuentes en este pueblo inclinado a la hechicería y dividido, por odios, en grupos desesperadamente adversos.
A nuestros profesores podrá parecer ridícula la creencia, que puede hacerse, mal o bien, a una persona distante, con la ayuda de un cabello suyo, de una prenda personal suya o de un poco de su saliva; al indio, en cambio, no asombrará verlos tomar, en un diario, el número que, en metros de longitud, de alguna onda particular y oírlos decir: "Ahora escucharán la voz de Moscú". Una vueltita al botón y resuena la voz distante cual si estuviese presente en el aparato brujo.
Conceded, pues, su color de conjetura, que el indio manipula ondas muchísimo más sutiles, trasmisibles y captables por aparatos humanos. Como botón consonizador sírvele aquel cabello, aquel trapito, aquella saliva. . . Nada perderéis y mucho podréis ganar si colocais aquella condescendiente conjetura, en la base de vuestras observaciones, aunque no fuera sino como contralor de vuestras interpretaciones materialistas.
No tengo para qué dar ejemplos de mi propia experiencia. Ya harta materia tenéis para llamarme embustero. Aquéllos están a mi servicio. A nadie más pueden servir. A cada uno aprovecha sólo la experiencia propia ojalá penetrada en la carne viva. ¿Que no la tenéis? ¿Que nunca encontrasteis ni el mínimo asomo que justificaría tales fábulas? Pues trabajad, esforzáos adecuadamente y la tendréis. Está a vuestro fácil alcance, pero está en vosotros, no en mí. El araucáno cree en la vida ultra terrena. Pruebas harto pesadas tienen de ello Las almas de los difuntos habitan en distintos lugares. Los indios próximos al Pacífico, ubícanlos en las islas del mar grande; los habitantes de nuestras tierras argentinas, dan a las almas las eminencias terrestres. De ahí el enorme respeto a cada cerro prominente, basado esto, por otra parte, en hechos incontestables. No dudo de la procedencia oriental de esta última creencia.
Sin embargo, también en esto, nuestro, araucano muestra su origen o la influencia del occidente chileno, porque sigue siendo para él, el poniente, el rumbo fatal de la muerte. Por eso, y no por adorar al sol, da cara al oriente en sus rogativas y hacia el mismo punto hace sus acostumbradas libaciones cotidianas. Por eso no duerme con la cabeza dirigida al ocaso, que es la posición de sus muertos y de mal agüero para los - vivos. Porque el rumbo de la cabeza indica la próxima marcha como que en los alojos de sus viajes, duerme siempre con la cabeza en dirección al destino que lleva. Notable y sencillo medie, éste, de orientación, en las pampas carentes de puntos guías. Recuerdo a un vidente pampa, que lo era a pesar suyo. Era Pedro Rojas, a quien los dioses de su tribu eligieron como sucesor de la famosa adivina catrielera, la difunta Viviana García, por nombre indígena Dugu Thayén , mi política tía abuela. Ella lo designó en los últimos meses de su vida como sucesor. El se resistía, lo que le costó el tullimiento de un lado. Porque es peligroso contrariar la voluntad de los dioses. El mismo me lo contaba y relataba su asombro de incrédulo cuando por primera vez se vio en presencia del mundo astral. Era cuando el último viaje de la adivina al río Salado, donde dejaría sus nobles restos terrenos. Alojáronse una noche al pie del cerro Colón, al norte del río Colorado. De noche apareciéronsele las almas reunidas en aquella eminencia pampeana. En el enjambre de los presentes, con escalofríos astrales, iba reconociendo a sus parientes y conocidos, difuntos muchos de largos decenios atrás ... Sois dueños de creerlo o no creerlo. Nunca he dado con rastros de alguna creencia en la reencarnación. El desarrollo anímico del araucano no es suficiente para permitirle experiencias atinentes.
Encontraréis, entre los araucanos, varios vagos indicios del "país del fuego", adonde van a parar los malvados en expiación de sus maldades. Son éstos de indudable influencia cristiana. Barbaridades estúpidas, enseñaron al indio a este respecto, los antiguos misioneros. Hay pruebas irrebatibles, por estar estampadas en sus doctrinas cristianas. Allá los malos se asarán vivos, comerán sapos, culebras, y otras sabandijas inmundas -¡Cómo se regalaría algún aborigen para quien aquéllos son manjares delicados!-. Beberán azufre y plomo derretido.
Esto último era asunto más serio, pero no pegó, quizás porque el indio no puede creer en tamaños maldad infinita de su supremo dios bondadoso, quien al fin y al cabo impone su yugo, también al rey de los mundos subterráneos. Para él la vida ultra terrena es una simple continuación de la presenté, quizás en Bendiciones notablemente menos rudas. No es que carezca de la concepción de faltas y pecados aun cuando ésta difiera algo de la cristiana. Y Dios castiga infaliblemente tales infracciones, pero lo hace ya en esta vida. Las penas son pobreza, muerte de seres queridos, enfermedades, la misma muerte del pecador y otras calamidades. No se puede decir por lo tanto, que el araucano carezca de freno moral, como lo pretende don Félix San Martín, por haber interpretado mal, antiguas indicaciones mías. Como que es imposible inculcar a otro la experiencia propia. Que por eso, reconocemos la excelencia de las molestas enseñanzas paternas, recién cuando, por infringirlas, la vida nos golpea sin misericordia. Pernicioso será sacarle el freno pagano, con la, intención de reemplazarlo con el cristiano. El resultado no puede ser sino el producir el más detestable de los hombres, porque ante el respeto a la antigüedad, muero todo otro respeto. Aprovéchese el freno existente para endilgarlo, peco a poco, insensiblemente, por los caminos de virtudes cada vez mayores.
Hay, no lo negaré, en las creencias araucanas, muchas cosas deleznables. Su número aumenta a diario por el contacto con el blanco de las más extravagantes supersticiones. El indio las asimila con facilidad sin más examen ni prueba que alguna aislada coincidencia, porque la superioridad efectiva del blanco se le impone. Así por ejemplo, hasta en las predicciones del tiempo que reinará en el próximo futuro, basadas en largas experiencias, confunden a veces sus lunas, con los meses cristianos. Ahora lo antiguo en esto, responde a la realidad y lo nuevo es superstición sin fundamento. Asímismo, en el occidente, va, adquiriendo el número tres, judío hasta sus entrañas, preponderancia sobre el par cuatro, de americanísimo buen agüero. La prueba está en que en el oriente, las rogativas duran cuatro días y en el occidente tres, de acuerdo con alguna costumbre cristiana,, aun cuando en los demás asuntos, guarden celosamente sus pares antiguos. No está en la capacidad del araucano, turbado en su tranquilidad por el empuje de la vida moderna, lo de distinguir sin errores lo bueno de lo despreciable.
Esto no quiere decir que las adquisiciones, valiosas por cierto, de la mentalidad del blanco, estén fuera del alcance e del indio y sean incompatibles con su concepción del mundo. Sucede todo lo contrario. Así como el indio en un tris aprende a manejar la más complica da máquina, cuando se le enseña, también asimila pronto e inteligentemente cosas más sutiles. He aquí un ejemplo muy ilustrativo de los muchos que podría proporcionar. En aquellos tiempos felices, mi esposa había encontrado un pedazo de queso olvidado tiempo atrás en una alacena. Limpiólo superficialmente y empezó a comerlo. Yo, indignado, la reprendía pronunciándole un discurso acerca de les peligros a que nos exponemos entre innumerables seres tan pequeños que no los percibimos a simple vista. Dejó ella de comer y me escuchó atentamente. Terminada mi solemne enseñanza, víla tomar un tenedor, enclavar en él el pedazo de queso y empezar a calentarlo en el fuego al tiempo, que decía: Laya¡ mün, layai mun pichi ke calcu (moriréis, moriréis, brujitos).
Por cierto hay innumerables almas en los principios de su desarrollo, que, a causa de su enorme ignorancia nos perjudican medrando a expensas de nuestros jugos vitales. Podrés reíros de esta concepción, pero nadie podrá demostrar con razones irrefutables, que aquella interpretación, puramente aborigen, no esté más cerca de la verdad que las enseñanzas de nuestros meritorios eruditos. Además que en el presente ejemplo hay una evidente e inteligente aplicación de la enseñanza asimilada que responde al principio de que el fuego, lo purifica todo. Solamente el fuego infernal nunca podrá purificarnos de nuestros pecados. ¡Ay de ti, dios malo de los cristianos! ¡Tu cruel maldad será el principio de tu muerte!
En sus rogativas colectivas el araucano manipula poderosísimas fuerzas ocultas. Escalofríos astrales causan en mi alma, sensible a ellas, las ceremonias que las integran. Sublévase ella contra la hechicería negra de las aspersiones sanguíneas. Tiembla bajo los magnos secretos del baile caminado Amu purun.
Fórmanse para éste, dos círculos alrededor del altar, rehue, de mujeres el interno, de hombres el externo. A saltitos elásticos y cantando la plegaria, dan vueltas en sentido contrario,, mientras fuera del cerco, dando alaridos de, ya, ya, ya, ya, ya, yaaaa y galopando en la polvareda del profundo círculo, los jóvenes aumentan el ruido agradable a los dioses. ¿ Quién no se da cuenta? Dínamo humano. Ambos círculos internos, girando inversamente; macho y hembra, son representación real de ambos polos, el positivo y el negativo. El fluido que engendran es miles de veces más poderoso que el de la electricidad. Dínamo anímico, fuerzas anémicas.
La población blanca de lugares en donde hay mayores núcleos aborígenes, dice casi unánimemente que las rogativas indias siempre traen agua, que es lo que pide, como lo indica el estremecimiento de los árboles componentes del altar, provocados por sendos muchachos que todavía no han conocido a la mujer, o por un muchacho y una niña virgen. ¡Imitación ésta de las sacudidas originadas por el viento portador de la lluvia. De hecho, la lluvia no se deja esperar. No sé si por efecto de la hechicería o porque ya es tiempo que empiecen los riegos celestiales. No opino, señalo los hechos. Pero ellos no. saben lo que piden; las palabras de sus plegarias no llaman al agua, ya innecesaria en los otoños avanzados y hasta perjudicial, porque anticipan los fríos. Inconscientes de los poderes que manejan, siguen la rutina de las costumbres antiquísimas modificadas por añadiduras impertinentes, como lo es, por ejemplo, la música del acordeón que uno de los bailarines va tocando.
 
"Tocarías como tocan los cristianos en la iglesia", dijo uno. "¡Qué lindo sería si supiera contestó el músico. Ignorancia fatal.
Sin devoción muchos y como pasatiempo. Donde se necesita la extrema concentración de las mentes y de las voluntades. Los genios conductores de la humanidad, de acuerdo con sus sabios planes, hicieron olvidar al indio el secreto del magno invento - de una remotísima antigüedad. Millones y millones de años. Sin duda el olvido era necesario para evitar enormes males que el mal empleo de los poderes originaría. Que aquel dínamo humano, así como puede ser divina fuente de bienes inconmensurables, manejados por la maldad, convertiríanse en la más diabólica de las máquinas, inmensamente más poderosa que el más potente rayo de la muerte.
No creo sin embargo que en este caso pueda ser aplicada la antigua máxima de que "los dioses ciegan a quienes quieren perder". Aquí la ceguera no es para perdición, es para salvación. Por muchos cientos de años, por lo menos, no perecerá este pueblo digno de vivir. Después... Bueno, nada escapa a la necesidad de cambios eternos.
Tayil. -¿Qué es diré del embrujo, de sus cantos llamados tayil? Ya me he alargado en demasía, enardecido y reducido por las reminiscencias que unas evocan a otras en hilera interminable. Pero sea porque muchos son los pecados cometidos en desmedro del indio, fuerza es repararlo.
¡Los tayiles! No se me alcanza cómo ignaros frailes y exploradores inaccesibles a las variadas bellezas humanas, pudieron blasfemarlos como horrible gritería. Y siguen haciéndolo nuestros eruditos del ramo, siguiendo ciegos los relatos incomprendidos, sin haber escuchado un solo tayil o ignorando de qué infame algarada se trata, si alguna vez han tenido la suerte de oírla.
Pues, para que no entren en la trampa los visitadores urbanos, cada vez más tupidos en estas soledades, informaré lo que sigue:
Cada tayil responde a un linaje de los muchos existentes: los del sol, del tigre, del león, del cóndor, del águila, de la ballena, de la piedra, del pedernal, de la obsidiana ... Hay otros que pertenecen al viento, al caballo, a la langosta, a otros objetos y animales, que no engendran linajes.
Los eruditos los llamarán cantos totémicos cuando sepan su esencia. Evito adrede este vocablo, turbio, alrededor del cual se ha escrito una enorme literatura de encarnizadas y muy eruditas contiendas, y allá ellos con 'su sabiduría.
Compónese cada uno de pocos grupos de sonidos articulados, repetidos a voluntad, sin fin, si se quiere. Esos grupos de sonidos no son palabras de ninguna lengua humana. Si a alguna lengua pertenecen es a la lengua de los dioses. Esa es.
 
Algunos exploradores famosos los han oído en la Australia lemuriana, creyeron que pertenecían a lenguas extrañas de los pueblos que los cantan, a lenguas muertas quizás. Admiraron la facilidad con que los aborígenes los retienen a pesar de pertenecer a lenguas ignoradas. Engañáronse de cabo a rabo. Es la lengua de sus dioses, de sus antepasados astrales, perpetuados en las especies de alimañas vivientes. Pero el engaño sigue su vida de fantasma en los doctísimos libros.
El rumor del río hablador no es rumor: es canto tayil. "¡Qué lindo canta el río!". La gritería de las ranas no es gritería: es canto tayil. "i Qué lindo cantan las ranas!". El ruido del viento no es ruido: es canto tayil. "¡Qué hermosamente terrible es el canto del viento!".
¡Llora, pobre gusano erudito, que escribes con pluma de oro,! Nada sabes de estas tremendas bellezas. ¡Eres un pobre, un pobre hombre! ...
El más harapiento indio te aventaja en la riqueza del alma, en la comunión cotidiana con los magnos dioses que animan la naturaleza toda. ¡Llora, pobrecito!
Yo amo al indio porque he sido uno de ellos. Lo amo con toda mi potente alma. Por eso sus dioses me confiaron sus secretos. No te rías, que no serás el último en reírte. Pero llorarás mucho,. . . Mucho llorarás.
He aquí como me dictaron un tayil en castellano:
i Cómo yerras, mi pobre Azorín, cuando afirmas que el escritor no debe sentir lo que escribe! i Que debe ser una insensible máquina pensadora!
Yo siento lo que escribo. Siento hasta el llanto. Loro lágrimas dulces de reamargas. Lloro en la añoranza de lo imposible. Lloro en la añoranza del pasado feliz que nunca volverá, nunca jamás. Lloro remembrando a mi pobre compañera de corazón de oro, macizo y puro, que me colmó de su sabiduría de india pobre, de india despreciada. iIndia! ¡India mía!. . .
Lloro, no miento. A través de las lágrimas miro borrosas las letras que escribo. No miento. Mi hija, que en estos momentos me ceba el cimarrón, mi hija a quien termino de leer las palabras arrancadas con sangre de mi corazón, ella es testigo de que no miento. Viajero ignorado, peregrino de estas soledades, pregúntaselo a mi hija cuando la propicia suerte te traiga a mi pobre rancho. Entonces sabrás que no miento.
¡Pobre Azorín! ¡Cómo te engañas a tí mismo! ¿Acaso desmerece mi libro, porque lloro? Puede ser, pero no lo creo. No lo creo.
¡Pero no importa, Sheipukiñ. La "vida es sufrimiento", dijo el más grande de los sabios de los últimos siglos. Si la vida es sufrimiento, sufrimiento sagrado, sufrimiento purificador. El fuego que todo lo purifica. Si así no fuese, no valdría la pena de vivirla.
Ya pasará también este sufrimiento como pasa todo. Volveremos a juntarnos, a unirnos en un abrazo interminable. Primero en el mundo de las sombras, después aquí mismo, en esta Araucanía. Eso será cuando el pueblo de la Araucanía sea uno. de los más felices de la tierra. Tú contribuiste a su felicidad ayudándome a mí, para ayudarle. Ambos sufrimos por él, porque por bregar por su felicidad, no pude darte riquezas. Pero con poco te conformabas.
Por eso, en pago, de nuestros sufrimientos, volveremos a nacer aquí. Y yo te enamoraré de nuevo y seremos felices. Tú volverás a tender los pellejos ovejunos sobre el seno benigno de nuestra madre tierra. Ahí dormiremos otra vez juntos, abrazaditos en un amor sin fin. Al apuntar el día y a cualquier hora, volverás tú a cantar tayil tras tayil. Y yo te escucharé con pía devoción porque habré comprendido aún mejor, la lengua de nuestros dioses, los dioses indios.
Sí, otra vez nos juntaremos aquí, en esta patria nuestra, patria -del indio, santificada por tu presencia.
i Qué felices seremos otra vez, Sheipukiñ, india mía!
No te enojes, Azorín, te niego el derecho de hacerlo. Aquí soy rey yo.
Y tú, detractor de nuestro paria, responde: ¿acaso puede ser detestable y abyecto, como tú pretendes, un pueblo capaz de hacer vibrar tan intensamente el alma de quien no es ignorante?
Y tú, amigo don Félix San Martín, que te burlas de lo que llamas sensiblerías, en tu pobre escrito, ¿te burlas quizás porque viste mis ojos humedecidos en aquella noche memorable para ambos? Repréndemelas si te atreves. Pero no te atreverás porque sabes que soy capaz de sentir profundamente, capaz de sentir hasta desgarrar mi corazón, pero que prescindiré de todos los sentimientos, que los ahogaré bajo el mandato de la razón, cuando me ponga a arbitrar medios a la desgracia india. No te atreverás porque sabes que no tú, sino yo, soy el rey aquí, rey soberano por el derecho de los conocimientos adquiridos en diez mil días de sufrimientos, rey soberano por el derecho del amor que todo lo vence. No el rey de mis sueños infantiles, sino rey de mi realidad hombruna ya tordilleando.
Pero volvamos al embrujo del tayil. Harto, hechicero es, por cierto.
Tayil no es canción común, la que se llama ül, nombre con que se designan también las plegarias cantadas. Tayil por lo tanto no es plegaria. Es un canto destinado a efectos hechiceros; que para ésos se presta su tonada de poca variación, la que se hace más borrosa en la consonancia dulce e indefinida, que debe a su particular modo de ser cantada. Por eso se usa también para provocar el trance astral de los videntes.
Cántase como sigue: la mujer conductora empieza la tonada. Al empezar ella el segundo compás del tayil, entra otra mujer, entran dos, tres. No hay reglas fijas. Al entrar éstas a su vez en el segundo compás, entra a, cantar otra u otro grupo de ellas. Si con ello no se agotan todas las mujeres presentes, empiezan las restantes del mismo modo en el momento que les parezca oportuno, siempre guardando el compás. El resultado no ofrece disonancias, porque en su sencilla música aborigen de cinco tonos, las tonadas están inconscientemente arregladas de modo que aquéllas se evitan. Atiéndase al canto de las ranas y se tendrá una idea bastante exacta del efecto, porque su canto es un verdadero tayil, pero uno solo, mientras que las indias enhebran uno tras otro.
Si las cantoras son pocas y entre ellas hay alguna voz chillona, o de otro modo desagradable, el efecto del conjunto no es envidiable. Pero cuando las mujeres son muchas las veces chillonas quedan perfectamente tapadas y el efecto es de más agradable consonancia con algo de difícil definición, porque parece venir, como en realidad viene, de los mundos ocultos, sutiles y tremendos a la vez.
Quizás se necesite especial predisposición de la sensibilidad para sentir sus bellezas; no lo sé; recomiendo, sin embargo, a quien toque escuchar algún Tayil , que si no lo soporta de cerca, que se aleje a conveniente distancia -donde se borra lo que en el raro canto puede molestarle.. No dudo que de ese modo; logrará familiarizarse con la extraña belleza.
El modo peculiar de cantar los tayiles responde, sin duda, a la concepción aborigen del canto - coral. Con seguridad que no es puramente araucano, sino extendido muy lejos en el continente americano y aún fuera del mismo. Recuérdese lo que narra Darwin acerca del modo como los indígenas de la Tierra del Fuego ayudaban a cantar el himno inglés. Es la mismísima cosa aquí explicada.
Este modo de cantar los tayiles, facilita a un tiempo su aprendizaje. La conductora del canto es la mujer más experta en él. Las otras le siguen fielmente sin exceptuar a las novicias, como he oído repetidas veces a las mujeres que, sin haberlos oído jamás, cantaban por primera vez tayiles extraños a su grupo.
Y he aquí otra excelencia de la potente alma indígena. Cantar así por primera vez, y correctamente, cantos ignorados, exige un notable esfuerzo del que yo no sería capaz y dudo de que haya muchos blancos que lo sean. Pídese para ello un buen oído, capaz de cantar al vuelo el canto ajeno. Pídese además, la doble atención al canto ajeno y al propio, los que no deben desentonarse ni desacompasarse.
Dichoso me hallo que, para la confirmación de lo dicho, tenga un testigo de peso en el sabio Darwin porque dudo que haya quien crea mi simple, palabra, tan extraordinario es el caso.
Por lo dicho se ve que son las mujeres las que cantan los tayiles, aunque no faltan hombres que, lo hagan, particularmente los que son videntes. Los tayiles, a pesar de su índole trascendental, no son necesariamente antiguos. De tanto en tanto - como lo he comprobado por mi experiencia personal-, aparece algún tayil nuevo que el cabecilla vidente enseña a su gente después de haberlo recibido durante el sueño de sus particulares genios tutelares. Conozco también algún tayil enteramente individual obtenido por el mismo camino de personas de videncia no prominente. ¿Y para qué no decirlo? Yo también tengo anotados dos de mi propiedad, que me fueron dictados en sueños. No los uso sino guardo sus poderes para la oportunidad en que puedan ser útiles a nuestro indio mártir.
De ahí se deduce sin esfuerzo, que los acervos de tayiles responden a muchas variantes regionales. Los conocedores dicen que los tayiles de nuestros araucanos pampas son de origen tehuelchu. Podrá haber notables diferencias, pero la esencia de la afirmación no es dudosa. Ellos absorbieron en sí, la antigua población pampeana de parentesco Patagón. De común religión, pero de ceremonial distinto, llegaban ellos en el principio, a las pampas en pequeños grupos que, buscando la necesaria sociabilidad, asimilaron poco menos que todas las costumbres y el ceremonial antiguo de la nueva patria. Lo mismo que me pasa a mí, que rodeado del mundo criollo, apenas si conservo algo de Yugoslavo.
Con el resto del ceremonial adoptaron también el baile particular de la tierra, llamado por eso Puel Purún, baile "padentrano" o también el Logcomeo, con la cabeza, por la particular¡dad con que, ésta también participa de los movimientos acompasados al toque del tambor, al sonido eventual de la trutruca, más algún otro instrumento, y al canto de los tayiles, que es precisamente donde sobresale más su sello linajero. (Totémico, dirían aquellos otros que ya conocemos).
Usase este baile en ocasión de las rogativas, aunque no siempre, y falta en Chile. Usábase mucho en las fiestas llamadas huecunruca, fuera de la casa, conocidas por fiestas patagonas llamadas "casa bonita", de que nos habla Musters. Me la palpito que en el fondo de este nombre hay un error. Primeramente, porque creo que la traducción araucana del nombre patagón debe ser más exacta que la de Musters, quien no pasó de los primeros balbuceos en la difícil lengua. Después, en araucano, "bueno, agradable, bello, bonito", se traducen con cüme, vocablo que en su fondo nada tiene que ver con aquellas calidades, sino significa "ir allá", como si dijéramos: "es pasable", en vez de, "está bien". Tal conexión de significados permite sospechar que en las lenguas patagónicas, también aquellas calidades tengan que ver algo con algún vocablo indicador de translación, que pudiera responder al araucano Huecún, "afuera". (Hue: nuevo; Cun: linda; ruca: casa. Linda casa nueva).
Luego, conjetura. Si la suelto, es para llamar la atención hacia cosas que tardarán en ocurrírsele a alguien. Porque la costumbre es que todas las ovejas sigan a la primera que sale del corral o pasa por el puente.
Hay mujeres que cantan los tayiles con frecuencia. Otras se reservan para las ceremonias públicas y para las rogativas familiares. Usase en otras -circunstancias importantes de la vida, como conjures de la buena suerte. Así cuando el hombre sale de viaje, las mujeres le despiden con tayiles, cantando en primer lugar el de su linaje.
Suenan retozones los tayiles en los coros que acompañan los bailes. Son dulces votos de añoranzas cuando el viajero se pierde de vista en el recodo del - camino. Son de lúgubre desesperación cuando por última vez acompañan al difunto rumbo a la sepultura.
Los he oído en todas aquellas ocasiones y siempre me han conmovido, ya - con saltona alegría, ya con resignada tristeza.
Todavía rememoro vivamente el primer cantar de los tayiles que he oído -veintisiete años atrás, en la costa del río Colorado arriba, entre dos bravas travesías-. Estaba recién casado. Fui con mi suegro a visitar a una familia india amiga, que vivía río abajo. Rancho decente de quincho: al frente algunos corpulentos sauces sombreando una parte del limpísimo patio. Antes de acostarnos nos regalamos con unos alones de avestruces y con riquísimo charque de guanaco empapado en grasa de potro. Madrugamos la mismísima alba madrugadora. Ya los hombres habíamos tomado varios amargos, cuando apareció la primera finísima raya del claror anunciador del día. El lucero "bochincheaba", bajo aún, repuntando las demás estrellitas. Yo no me daba cuenta de otra cosa que de la pausada conversación de los viejos, que no entendía, y de los sorbos del mate.
De repente quedé tieso, e interrogué a los viejos con los ojos bien abiertos. Un canto ... Pensé en las posibles hadas del pequeño sauzal. Los viejos me lo explicaron. Eran las mujeres que cantaban sus tayiles. Salimos. Bajo el sauce más alto y más grueso, estaban de pie cuatro mujeres, mozas y maduras, con las caras vueltas hacia el naciente. Cantan. Cantan ... Una maravilla de canto. ¿Así habrán cantado las vestales romanas? ¿Así cantarían las hadas patagónicas? Sí, las hadas pampeanas y patagónicas, remedando el canto de sus dioses. Escalofríos dulces, estremecieron mi alma...
¡Ay, qué lejos quedaron aquellos benditos tiempos! ¿Por qué no me habría quedado yo también, con mi compañera? No lloraría ahora ... Pues bien. Hemos visto la correspondencia entre los tayiles y los linajes de nuestros indios reflejadas en los nombres de sus familias. Los tayiles que ostentan la relación mencionada, llevan también el nombre de Kümpém tayil o simplemente kilmpem, vocablo que justamente significa el linaje, o traducido con alguna libertad, el apellido, ya que pasablemente, corresponde a nuestros apellidos, como, hoy los usamos los euroamericanos.
La mayoría de aquellos kümpem son nombres de animales o reducibles a éstos a base de datos seguros que no cabe explayar aquí. Serían, por lo tanto, nombres llamados totémicos por los estudiosos del ramo.
Es difícil definir esta concepción de los mismos, ya que los estudiosos que usan el vocablo, no están concordes acerca de su contenido. Pero elevándonos libremente por sobre las divergencias, aunque en los araucanos de ahora no he dado con las luces deseadas, podemos decir que, su esencia consiste en que los nombres totémicos responden a los animales de los cuales se dice cine descienden los respectivos linajes. Una nota parcial de Havestadt, muy clara. corroboraría, en parte, esta concepción con relación a los araucanos. (Recientemente, preguntando a Pablo Paillalef sobre su linaje, me respondió que era el manque (cóndor) elegido por sus antepasados, solamente en razón de admiración por esta ave.)
Supongamos que así sea. Preguntaría yo entonces: ¿Cómo hemos de entender aquella descendencia, en sentido darwiniano o en algún otro?
Permítaseme que, aunque no fuese más que para variación de la lectura, inserte aquí una algo atrevida conjetura. Quiero con ello contrapesar de un solo golpe, las especulaciones totémicas, ya más que aburridoras, y la no menos atrevida conjetura darwiniana, sin tener en cuenta a sus impotentes imitadores, que quieren presentar como realidad lo que el maestro, sin lugar a duela, Estableciera como calidad conjetural.
Los mismos darwinianos se opondrían a que el hombre descienda a un tiempo de los tigres, de las águilas, de las ballenas, y de otro número considerable de variadas alimañas. Yo no me opongo.
Para justificar mi posición distinguiré al hombre físico del hombre astral, e, en último término, espiritual, si se quiere. Cada uno de ellos siguió sus propios caminos de evolución.
Antes que apareciera el hombre material sobre la faz de la tierra, su astral ya había pasado por innumerables encarnaciones.
No diré que progresaba pasando a través de les innumerables cuerpos, porque con ello nada diría, ya que el progreso desde un punto de vista es inevitablemente retroceso desde otros muchos. El astral, o sea su alma en cada encarnación acumulaba cierta cantidad de experiencias que hacían mayores sus aptitudes, las que cada vez se diferenciaban más. 'Para poder aprovecharlas, buscaba como medios de reencarnaciones cuerpos provistos de cada vez mayor número de instrumentos que, por su parte también, iban diferenciándose.
Llegó el alma después de ignotos millones de millones a necesitar al cuerpo altamente dotado del hambre que, sin embargo, no era el hombre material de hoy, expresión de otra suma de aptitudes nuevamente adquiridas en continua evolución.
La última, encarnación en cuerpo animal, responde al kumpem o apellido de cada linaje.
Todos los animales, como seres materiales, con alma de potencialidad humana, y el mismo hombre material, cambiaba poco a poco su forma primitiva. En el curso de esta evolución material correspondiendo a las necesidades del alma, diversificábanse en numerosas especies, de las cuales, unas, se extinguieron y otras, más o menos transformadas, alcanzaron hasta nuestros días. así como lo enseña el estudio de los fósiles.
Sabemos que hoy se reconoce, sin más, que una especie puede formarse de otras, pero hay órdenes, familias y hasta géneros enteros, que se resisten tercamente a todo correlacionamiento a base de los descubrimientos de los restos de antiguas vidas. La causa es sencilla. Responden a distintas creaciones, ya sea, que éstas se hayan hecho con ayuda de seres superiores, ya sea por la simple capacidad plasmadora de los astrales. Probablemente ambas causas tienen su parte en aquéllas.
Uno de los géneros refractarios a todas las tentativas de reducción es el hombre material, aparecido sobre la tierra, quizás en lo que se designa corno era secundaria. Los dioses sólo saben por ahora, cuántos millones de años ha. Que quien lo sabe a ciencia cierta, ya por ello mismo es dios. ¿Por qué es irreductible? Porque es producto de una creación particular, sin haber necesitado - como lo ha necesitado su alma- pasar por todas las formas minerales, vegetales y animales.
En vano os afanáis, ciegos ante la evidencia, y sordos a las razones. El hombre no proviene de especies simiescas. Al contrario, algunas de, éstas, que no procedan de creaciones particulares, quizás desciendan del hombre.
Es ésta una conjetura sostenible por lo menos con razones equivalentes a las que forman el sostén de la conjetura darwiniana,. Tanto tiene de sueño o de visión atrevida la una como la otra. y no puede llamarse en serio hombre de ciencia y menos hombre sabio, quien no tenga en cuenta ambas en las interpretaciones de los descubrimientos, ya tan numerosos que aplasta n y que ya empiezan a exigir especializaciones por géneros. Porque no es la multitud de los conocimientos parciales lo que nos lleva a la sabiduría, sino la facultad de encontrar la unidad en lo múltiple.
No es m¡ sabiduría la que expongo aquí; yo la he aprendido de otros mundos más sabios y sólo le he dado un retoque, de acuerdo con mi propia mentalidad.
No tengo por que argumentarla. Aún no ha llegado el tiempo propicio para ello. Que la conjetura se adelante en medio siglo, con un siglo o quizás más, al estado intelectual euroamericano de hoy.
Si se quiere saber por qué escribo estas cosas, algo distantes. de nuestro hilo principal, diré que simplemente para demostrar qué proyecciones tremendas tiene el estudio concienzudo del indígena americano. Con ello a un tiempo acentúo su valer, sirviendo así, indirectamente, al fin que me propuse.
Volviendo a las creencias araucanas, no faltará quien note sus coincidencias con las creencias de otros pueblos de las más distintas partes del mundo, y hasta notables concordancias con el mismísimo cristianismo. Son éstas y la extrema tolerancia religiosa del araucano, las que facilitan la aceptación del cristianismo por su parte aunque éste se reduce, por lo general, al bautismo y, cuando más, a alguna fórmula aprend¡da lorunamente y pronunciada sin la menor comprensión.
Las coincidencias menores de las religiones pueden deberse a la simple observación inmediata de cada pueblo, aunque no excluyen influencias mutuas entre ellos. Las concordancias superiores tan por encima hasta de la misma mentalidad cristiana de hoy, proceden de una sabiduría potentísima y antiquísima, revelada o conseguida por propios esfuerzos, ya en los tiempos de la Lemuria, que en su mayor parte yace cubierta por las aguas del mar Pacífico, quedando no sumergidos, pequeños territorios situados en todo el contorno de su circunferencia. Líganos, por lo tanto, de éstos, algo también a los argentinos.
En el estado de los conocimientos modernos, en cuanto llegaron a -mí estas afirmaciones, no son atrevidas arbitrariedades, sino ineludibles postulados de la razón desapasionada, las única que merece el nombre de ciencia aun cuando, no pueda medirlo todo, contrariando con ello, las exigencias de nuestras ciencias oficiales. Estas son verdaderos criaderos de ignorancias, irracionalidades, insensateces, pedanterías, dislates, disparates, sandeces, necedades y estupideces.
Aún creo que a mi pobre paleta lingüística le faltan varios colores para completar la pintura de este cuadro realista que refleja el estado actual de la intelectualidad euroamericana.
Para redondear diré que, hasta donde he podido recoger noticias de las creencias de otros pueblos americanos, todas ostentan la hechura en el mismo molde. Conocer bien a una de ellas, es tener la llave maestra para todas las demás.
 
DATOS DE MI VIDA
por Juan Benigar (1883-1950)

Siempre que se me han solicitado datos de mi vida para ser publicados, los he negado, porque carezco de vanidades y no trabajo para la fama. En tales casos recuerdo a Homero, cuyo lugar de nacimiento se disputaban siete ciudades; quisiera valer lo que él después de tres milenios y aun en aquel rasgo, en sí, insignificante.
No es el hombre el que vale sino sus obras. Las mías son hasta ahora tan pequeñas que no me creo digno de ver figurar mi nombre en letras de molde, salvo en los escritos donde la honradez me obliga a cargar las responsabilidades que de ellas pudieran surgir. Para divulgar las vidas humanas, tiempo hay después de la muerte, cuando las eventuales alabanzas no pueden despertar en nosotros apetitos de orden inferior y cuyo asomo en mí, siempre he tratado de sofocar en el germen.
Soy simplemente un pobre ser humano que, cual los demás, cayendo y levantando, lucha por la inasequible perfección.
Consecuentemente debiera negar toda noticia acerca de mi vida. Pero resulta que sobre la misma corren las más variadas versiones en donde los autores reemplazan la, verdad por su fantasía periodística.
Yo sé que quiéralo yo o no, en mi patria de origen se seguirá escribiendo sobre mi persona, estimándome como a una gloria de nuestra nación, aunque yo no haya, contribuido en absoluto, para que de mí se forme tal opinión. Que aún estamos lejos de ello, aunque mi deseo es su realización, no por mí, sino por el pueblo de donde he salido.
Soy pues, esloveno por los padres y croata por el nacimiento y por la educación.
He nacido en Sagreb en 1883. Allá he estudiado hasta rendir el Bachillerato Gimnasial o Humanista en 1902. Cuatro años en la ciudad de Graz y luego en Praga, cursando la ingeniería civil.
En 1908 me he trasladado a este país. Aquí. en 1910, me he casado con una india pampeana, la excelente doña Eufemia Sheipukiñ Barraza. De ella tengo seis hijos varones y cinco mujeres. Ella falleció en 1932. He vivido en el Territorio de Río Negro hasta 1925 y desde entonces aquí en la frontera chilena del Territorio del Neuquén.
He publicado en Croata una gramática búlgara por el año 1904 y 1905 y además dos artículos sobre mi patria, obras juveniles que me colocan entre los modestos precursores.
Entre los años 1924 y 1929 he publicado los siguientes trabajos en los boletines de la Junta de Historia y Numismática Americana, hoy Academia Nacional de la Historia: a) El concepto del tiempo entre los araucanos; b) El concepto del espacio entre los araucanos; e) El concepto de la causalidad entre los araucanos; y un estudio crítico sobre la obra de Tomás Falkner: Descripción de la Patagonia, en la publicación "Biblos" de la ciudad de Azul (Provincia de Buenos Aires) El calvario de una tribu, (estudio social).
En "La Voz del Territorio", editado en Zapala (Neuquén) : Los chinos y los japoneses en América.
Independientemente he publicado: El problema del hombre americano.
Sin haberío merecido con mis obras, soy Miembro Correspondiente de la Junta de Historia y Numismática Americana desde el año 1924.
El nombramiento lo considero sólo como un estímulo por parte de los componentes doctos de esta generosa nación.
Tengo empezados varios trabajos lingüísticos, históricos Y sociales, algunos de ellos adelantados.
La descomunal lucha por la existencia, no me ha permitido terminarlos hasta ahora. Autorizo a que algún día se dé a publicidad esta carta en su integridad; hay en ella enseñanzas y cosas muy humanas, que pudieran ser muy , provechosas a nuestra juventud.
 
Gracias a la web escritorespatagonicos.8m.com